comercio-exterior

Historias de Plutón /
José A. Secas

Con eso de que últimamente estoy muy internacional, me voy a tirar el rollo en plan “hombre de mundo” por aquello de la sabiduría y la amplitud de miras del viajero. Lo primero, puntualizar que estoy de viaje de negocios porque es obligado exportar ya que en mi querida España (esa España tuya, esa España nuestra) no hay mercado, pelas ni chicha ni limoná y además nos quejamos mucho por ello, oye. Así que, con un par, nos hemos venido a los mismísimos Estates United a exportar.

Cuando me preparaba para tan importante acontecimiento, en uno de los cursos de internacionalización -el saber no ocupa lugar-, entre otras cosas, recalcaban la importancia de adaptarse a los usos y costumbres locales y de entender y sintonizar con las normas de cortesía, educación y ritos sociales y culturales (no digamos en países de marcado carácter religioso). Resumiendo: si quieres vender algo, tienes que hacerlo agradando y empatizando. Llámalo hacerte el guay o hacer la pelota; el caso es que para que te compren tus productos o servicios has de, por este orden: entender al comprador (por muy extranjero que sea), respetarle y adaptarte (no solo a sus necesidades). Comentaban al respecto, desde el grado de inclinación de cerviz ante los asiáticos, hasta los colores del embalaje o del logotipo de la empresa.

Buscando paralelismos entre la vida profesional y comercial y la existencia simple del ser humano de andar por casa, cacereño para más gloria; como tú, como él (o ella) y como yo; puedo prometer y prometo que si no observas y entiendes al prójimo, le respetas y te adaptas a su forma de vida y su carácter y, por supuesto, tratas de agradarle y seducirle; en definitiva: de amarle, no vas a “venderle” nada de nada o, lo que es o mismo, no vas a ver compensado tus (supuestos) esfuerzos. Al final todo se resumen en que para recibir tienes que dar y que la forma y el modo de dar es tan importante como lo que entregas.

Y estirando más el discurrir y sacándole más punta a lo dicho, me atrevería a aseverar que en el amor (como en el comercio) es tan importante el continente como el contenido y que se puede amar con verdadero fervor pero que si no se “demuestra” con los detalles, los gestos y las palabras, todo puede quedar en el mundo abstracto de las “buenas intenciones”. Lo mismo pasa cuando vas a vender algo muy bueno: como no tenga un buen “packaging” y un buen comercial detrás cantando sus virtudes, ni se van a molestar en probarlo. Qué simple y a la vez que complicado es todo, ¿no es cierto?

Artículo anteriorPobres ratas inmundas
Artículo siguienteSeguimos grabando

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí