Eduardo Parra / Europa Press

Desde mi ventana
Carmen Heras

Oigo hablar del programa de una televisión inglesa (ha estrenado su primer capítulo) que primero reúne a varias personas tipificadas como fascistas (ignoro cómo las buscan) en un estudio, para hablar mal y en contra de los emigrantes. A decir de quien lo narra utilizan epítetos muy duros contra quienes vienen de lejos buscando quedarse en la isla.

A continuación y con toda clase de garantías (contratos de seguridad incluidos), trasladan a los voceadores al lugar de donde proceden los inmigrantes y se les hace recorrer el camino de venida (con similares adversidades y penalidades) de ellos, para que conozcan así las circunstancias del país y del viaje. Aseguran que los individuos del estudio vuelven distintos y que incluso algunos lloran al contarlo.

Dejando aparte la sinceridad o no del programa y de los intervinientes, al igual que la virtud profiláctica del mismo en la regeneración de las almas, que duda cabe que utilizar la vía experimental como método de aprendizaje tiene sus ventajas. Nada entendemos mejor y con más permanencia que aquello que vivimos por nosotros mismos. Es la forma primera por la que aprehendemos siendo muy pequeños ya que ni nuestra mente ni nuestro lenguaje están preparados para lograrlo de otro modo. Yo siempre les decía a mis alumnos que solo visualizamos bien los baches de una carretera cuando nos vemos obligados a recorrerla, día tras día, conduciendo un coche y vigilando que las ruedas no se rajen por tropezar de lleno con uno de ellos.

Reconozcamos, no obstante, que -a veces- la ingenuidad “campa por sus respetos” como aquella vez en la que una vieja amiga en su afán por ayudarme en una campaña electoral se metió sin saberlo en la casa de un conocido traficante siguiendo a unos niños. O aquella otra en la que, perdidos a la salida de la gran ciudad que entonces careciera de carteles anunciadores, seguimos a un coche con matrícula de Castellón suponiendo que iría para allí y acabamos en la playa de la Malvarrosa de Valencia entre sombrillas y veraneantes. Y es que la experiencia también tiene sus contraindicaciones.

Dentro de estos procesos experimentales merece la pena hacer mención al caso reciente de un presidente de gobierno hispanoamericano que decidió hacer públicos, a través de la televisión, los Consejos de Ministros. Se les fue la mano (al parecer) a él y a sus acompañantes haciendo comentarios y apreciaciones inadecuadas más de andar por casa en zapatillas y con la cara sin lavar, que propias de quienes tienen la obligación de dirigir un país, con lo que han añadido un gran puñado de descrédito a sus acciones. Descrédito que les será difícil superar. Las críticas han sido atronadoras.

Así que si amigos, experiencias pero con mesura. Y con calidad. Porque junto a la genética y la educación que nos han sido dadas, somos también las influencias del día a día, los preceptos que nos imponemos y las personas a las que hemos amado. Y hasta el ropaje con el que nos cubrimos. La última pareja de moda en España acudió a la gala de los Premios Goya vestidos de Armani. Lo cual es un ejemplo de elegancia y buena elección, porque aunque, claro, no todos los bolsillos puedan permitírselo, hacerlo (cuando se puede) denota experiencia y profesionalidad. En el magna difuso de ideas y concepciones en el que nos desenvolvemos conviene seleccionar con inteligencia. Yo también hubiera elegido a Armani.

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