Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

Recuerdo que en la asignatura de “Cinematografía” de la licenciatura de Humanidades (una carrera —inexistente ya en la Uex— con curiosas materias: Hª de las ciudades; El tiempo en el medievo; Introducción a la Cultura francesa; Literatura japonesa contemporánea…) tuvimos que hacer un estudio sobre la trilogía que Kieslowski le dedicó a Francia, “Tres colores: azul, blanco, rojo”. En el trabajo que le dediqué a la primera película, protagonizada por La Binoche (interpretaba a una compositora que se queda sin hijo y marido tras un fatal accidente automovilístico), en el texto que entregué, intercalaba, frase tras frase, el nombre de Preisner (el hacedor de la música del filme). No lo voy a hacer ahora con esta mi tórpida columna, simplemente diré que lo que suena, al escribirla, es (todo lo que tengo de) Shostakovich.

…En la fila hay un padre que sostiene en brazos a su hijo pequeño, ambos lloran calladamente y se dan besos. Las mujeres y los menores de 12 años ya están separados tras la alambrada. Uno de los milicianos se acerca e intenta arrebatarle al crío. Ambos se resisten y el miliciano apalea sin piedad indistintamente al padre y al hijo. No se caen y esto irrita aún más al hombre armado, que pega patadas e insulta. Llegan otros hombres y sujetan al padre por detrás, por los brazos y por los pelos, reduciéndolo. El niño llora en el suelo entre botas militares. El padre intenta incorporarse agarrando al niño, pero no puede, le han golpeado en la cabeza y sangra abundantemente, no ve nada, solo oye los gemidos de su hijo. De rodillas pide, chilla, ruega, implora que no les separen, que se lo dejen llevar hasta donde viven sus abuelos, de la misma etnia, nacionalidad y religión que los milicianos (y de él mismo). No le hacen caso; fuman, beben y se ríen ajenos a la podredumbre de la guerra. El padre, en un último intento desesperado por hacerse oír, deja de llorar, y con calma, levantando la voz por encima de los hombres armados, jura por su hijo que él volverá para ser fusilado. El que lleva el mando le mira entre sorprendido y soberbio. “Lo has jurado, tienes que volver para que te fusilemos, lo has jurado por tu hijo”. “Así lo haré”, responde.

Se marchan, juntos, por la carretera. Ha comenzado a nevar. Tras cuatro días andando llegan a Nada Puric, deja al niño con los abuelos maternos y regresa a Rozanj. Durante el camino le ha relatado la historia de su familia, de su familia bosnia y serbia. Lo último que le dice, cuando el pequeño mastica un baklava (dulce típico de la región), frete a la estufa, envuelto en una piel de oveja negra, es esto, “hijo, te amo sobre cualquier otra cosa de este mundo, o del otro”.

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