Las crónicas de Cora
Cora Ibáñez

Treinta copias de treinta autorretratos de Van Gogh, expuestas en “Las paredes del Gran Café” hasta el próximo 15 de diciembre, nos muestran el lado sensible y oculto de aquella mirada turbia en la que vivió su atribulada vida.

Enfermo de espíritu, con alas recogidas dentro de un mutismo autoimpuesto en el que la destreza de sus pinceladas, hacían juego con el infortunio de su día a día.

Emilio González Núñez ha sabido tejer el juego vívido de un artista atormentado que sufre a través de sus retratos y nos recuerda el vuelo incesante de la mente frustrada del pintor holandés.

Ha sabido imitar sus trazos oleosos con la delicadeza que la acuarela le aporta, transmitiendo las veladuras propias de los pigmentos al agua. Cada retrato nos recuerda la visión de un hombre encerrado en sus circunstancias. Incomprendido y ajado, solo tuvo el reconocimiento fehaciente de su trabajo una vez fuera de este mundo.

De esta forma, Emilio nos acerca el rostro marchito del autor y abre las ventanas de su mirada opaca en la visión que este ser inmortal tenía de su arte y su tormento.

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