Desde mi ventana
Carmen Heras

Estamos tan acostumbrados a llevarle la contraria a otros que discutimos por lo importante y por lo que no lo es tanto. Ahora le toca al cambio de hora, algo que se nos vendió como algo beneficioso para nuestra salud y productividad, con un horario de verano y otro de invierno.

El hombre -y la mujer, por supuesto- son animales de costumbres, así que lo mismo les da encender antes la luz por la mañana o por la noche, pero la medida y la posibilidad de su anulación (que en algunos lugares ya han llevado a cabo) sigue ahí y con ella, unas encendidas polémicas entre científicos de unas u otras disciplinas, que atienden (como es común) a su propias perspectivas, dentro del conocimiento global. La ciencia nunca fue categórica, pero lo parecía por la rotundidad con que la opinión pública la usaba para aseverar cualquier cosa, sobre todo los menos conocedores de ella. Pero ahora se ha desmoronado la seguridad de la verdad científica. Digo, para el grupo mayoritario de los mortales que defiende sin paliativos el derecho a tener su propia verdad en todas y cada una de las cuestiones.

Discutir, si se hace dentro de los límites de la cortesía y la educación, no tiene nada de insano cuando se usan unos argumentos racionales. No estar de acuerdo con otro no debiera llevarnos a ataques tan furibundos y apasionados que a veces (la mayoría) atentan contra lo personal. Mucho mejor eso, pienso yo, que constituir una célula de alienados (todos iguales, con las mismas premisas) para todos los asuntos de la vida. Robotitos.

Porque vivir es diferencia y no similitud y ya debiéramos estar enterados. Como lo es el avance y no el retroceso. Por los mismos días, observo dinámicas de comportamientos distintas entre los seres humanos que me rodean. La de aquellos que buscan empaparse de nuevas experiencias en los lugares más renombrados del mundo, y la de quienes una y otra vez se recrean sobre los aspectos más costumbristas de su entorno natural. Y no puedo por menos de preguntarme si las personas y las ciudades deben, para ser referencia en algo -y con ello atraer personas y recursos- alimentarse de proyectos e ilusiones nuevas y esperanzadoras, o simplemente convertirse en una especie de recipiente donde siguen agolpándose los hechos de toda la vida.

Creo que cualquier nueva experiencia marca un antes y un después. En personas y entornos. Y sin embargo, recrearse (continuamente) sobre lo propio y antiguo (familias y monumentos) produce una falsa sensación de confort que hace que personas y sitios no puedan escapar de la armadura invisible que los aprisiona. En su novela más famosa, “La Regenta”, Leopoldo Alas Clarín -citando con nombre ficticio, a la Oviedo de la época,-consigue hacerle un retrato veraz de su ambiente, muy parecido al de otras ciudades españolas donde la calma está tan sobreestimada que cualquier movimiento sirve para desazonar a sus gentes. Una calma, eso sí, dirigida por los grupos de opinión prevalentes en las mismas, que señalan lo que conviene hacer o no, como hace mil años, según su particular condición e intereses. Llevar la contraria, en lo grande o en lo pequeño, a dichos grupos fácticos constituye un importante reto que cualquier político no se atreve a practicar. Por las consecuencias que ello pudiera tener para él.

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