La bruja Circe

Cuando aún se conservaban las costumbres del entorno rural, tiempos difíciles y a la vez para los que éramos niños felices.

En estos días en mi pueblo natal, las nieblas de la Pura se agarraban al suelo hasta que el sol calentaba el aire y las hacía subir.

Era la época de hacer matanza y conservar los productos del cerdo o al menos  de prepararse para cuando llegase la escarcha. Y se hacía sacando las artesas, limpiando y curando los calderos, afilando las enormes tijeras, limpiando todo y cada uno de los elementos de las maquinas de embutir, reuniendo a los que pudiesen acudir a ayudar o a trabajar.

Ahora muchos se escandalizan, porque viven en un mundo donde ir a un gran supermercado en la ciudad más próxima está al alcance de casi todos, pero en ese tiempo sobre todo años posteriores a la guerra civil, años de aislamiento económico y de muchas formas de economías de subsistencia, la matanza era una fiesta de mataba para mantener la despensa llena todo el año, para compartir, para enviar un poco a los que se habían tenido que marchar lejos. Para los padres suponía disponer de carne fresca y de recursos para guardar para el invierno, para los que no tenían la suerte de disponer de ese recurso  y para todos los que ayudaban era un día de comida abundante y compartida, se juntaba la familia, los chiquillos  eran bien recibidos y alimentados entre juegos y pequeñas ayudas a los mayores disfrutaban del momento  haciendo una fiesta de todo. Las mujeres más desfavorecidas, por viudas o por qué por algún problema llevaban la carga de su familia  trabajaban en todas las matanzas, era un época de abundancia para esas familias que vivían tan en precario.

Las abuelas y las tías mayores guiaban y enseñaban a las más jóvenes, se oían por igual risas y regañinas, cantos y cotilleo, chistes picantes y pequeños chascarrillos.

Gritos y juegos de la chiquillería bulliciosa, que aprendían escuchando o al menos se planteaban preguntas. Para mí un tiempo precioso de olor a leña y migas, sentir el crujir de fuego, calentar calderos llenos de buenas viandas y gratos recuerdos de juegos con primas y amigas.

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