Con ánimo de discrepar
Víctor Casco
La furgoneta recorrió varios kilómetros de La Rambla, arteria de vida de la ciudad condal, la calle de la alegría, como la definió el poeta Federico García Lorca cuando homenajeaba a las floristas que entonces, y ahora, aún pueblan la avenida: “toda la esencia de la gran Barcelona está en esta calle -escribió-, la única calle de la Tierra que yo desearía que no se acabara nunca”.
16 muertos es el último recuento de las víctimas mientras escribo estas líneas, y decenas de heridos. Hombres, mujeres y niños de varios países, etnias, tradiciones religiosas y culturales. Hubo ateos muertos, católicos, luteranos, musulmanes, budistas… Porque La Rambla es espacio de convivencia cultural y de cosmopolitismo.
Descansen en paz los muertos.
Nuestra clase dejó mucho que desear, con contadas excepciones. La pretendida unidad duró menos que el luto oficial decretado por Moncloa y el Partido Popular corrió presto a aprovechar la tragedia para culpabilizar a los “independentistas” y los independentistas respondieron en el mismo código. Felipe VI, en un ejercicio de vouyerismo que siempre me estomaga, se hizo las oportunas fotos con los heridos, con preferencia por las familias con niños, mientras subía a todas las redes sociales las estampas: mirad, vuestro rey besa infantes. ¿Por qué no dejar aparcadas las cámaras, el boato, la propaganda, y simplemente consolar a las víctimas, sin buscar el rédito mediático?
Una semana después, el monarca fue silbado. La Generalitat aprovechó la manifestación de repulsa a los atentados para obtener ventajas en el tablero político y los demás no le fueron a la zaga en ese ejercicio de cinismo. Rajoy habló enseguida de uso indecente del terrorismo, olvidando aquellas concentraciones vergonzantes de dirigentes del PP acusando a Zapatero de filoterrorista.
Lecciones aprendidas: pocas. Quede para la memoria el padre de un niño asesinado abrazado a un imán, arrasados los dos en lágrimas y los miles de hombres y mujeres que gritaron “no tenemos miedo” frente al terror. Y que La Rambla recupere su vida: “La rosa mudable -volvamos al poeta- encerrada en la melancolía del carmen granadino, ha querido agitarse en su rama al borde del estanque para que la vean las flores de la calle más alegre del mundo”.