ArtesPlasticas

Historias de Plutón /
José A. Secas

El atosigante e hiper-presente mundo del fútbol (o “fumbo”, como diría Forges) tiene cosas buenas. El hecho de que sea totalmente global y de que se practique en el mundo mundial es un verdadero valor. Los dineros, las faltas tácticas, las fifas, las guefas y otras zarandajas, lo alejan del sano concepto de deporte; pero eso es para otro artículo. Decía que de las cosas buenas que tiene es cómo lo siembran, como “cuidan la cantera” y como detectan el talento desde muy temprana edad. Ahí entra la siniestra figura del representante (esto iría desarrollado en el “otro artículo”) que apuesta por la futura estrella con el fin de que algún día retorne su inversión multiplicada. Efectivamente, el “ojeador” (el que le ha hecho el trabajo de campo previo al representante), busca por los barrios y colegios de todo el mundo a ese niño especialmente dotado para patear la bola para luego amarrarlo con cantos de sirena, cuentos de la lechera y un contrato leonino. Ya sé que no debo enredarme en la parte sórdida del asunto; pero es que no puedo evitar hacer avances del “otro artículo”.

Todo esto debe estar justificado por la pasta que mueve el dichoso espectáculo fumbolero; pero el hecho de “detectar y capturar talento” me produce envidia y desasosiego, estupor y vergüenza al mismo tiempo. Hay por ahí circulando en forma de memes y comentarios con fotos (y sin ella) en las redes sociales, reflexiones que nos obligan a reparar en el modelo de sociedad que construimos con nuestros apoyos y nuestras pasiones (futboleras) y también con nuestra ignorancia y nuestro desprecio (cultural). Reflexiones que acusan al sistema educativo, a la escala de valores y al modelo económico y cultural imperante; donde ponen en evidencia, por ejemplo, los minutos de emisión o páginas en medios que se le dedica a una final de champion en comparación con, por ejemplo, el último estreno, la última inauguración, la más reciente publicación o el pasado concierto de… Fulanito de Tall. Ese tipo tan conocido en su casa a la hora de comer cuyo talento no consiste en darte certeramente con el pie a una pelota. El pobre.

No echo de menos aquellos siglos pasados donde el arte competía con el circo porque, aunque la presencia de las artes era más notoria, los artistas (como siempre) estaban al servicio de los ricos y poderosos como simples currantes; pero si que echo en falta mecenas y padrinos protectores, animadores, favorecedores, instigadores y “detectores de talento”. Pienso que el recorrido, el proceso de crecimiento y el trabajo del artista (y no digamos del científico) para destacar y llegar a comunicar y transmitir su creatividad (o sus descubrimientos, conocimientos y reflexiones) es cien mil veces más complicado que el del futbolista. Hasta llegar a tener a managers, editores, representantes o marchantes, el camino del artista es solitario y arduo. Últimamente, con las redes sociales y con el crowfounding, es el público, el usuario, el lector, el oyente o el espectador el que detecta y apoya coralmente a jóvenes prometedores. Pongamos el foco en la juventud creativa e investigadora y ayudémosla a crecer. Es bueno para todos (mejor que el fumbo; sin lugar a dudas).

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