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Mi ojito derecho /
Clorinda Power

Cómo serán de idílicas las condiciones de vida de nuestros políticos, que algunos están dispuestos a hacer el ridículo con tal de mantener la cartera. En el momento en el que escribo esta columna, el ministro Soria debiera ser ese niño colorado y cabizbajo que no se atreve a mirar a su madre a los ojos, porque de hacerlo, se echaría a llorar con el dolor de haberse pillado las manos, los brazos y hasta los tobillos.

Al ministro Soria le han pillado con el carrito de los helados, con el camión, el tráiler y el airbús paseándolo por las calles de Panamá. Que para no haber estado nunca, tiene más firmas en ese país que un grafitero en los muros de Carabanchel. Curiosamente los dos comparten algo: ambos se ocultan porque saben que lo que hacen está mal. Con la salvedad de que uno de los dos está cometiendo una ilegalidad.

Y de eso trata el enésimo circo preelectoral. El ministro está en apuros no por una cuestión de ilegalidad, si no por una cuestión de moral. Evadir impuestos, quién pudiera. Pues ellos, señores, ellos pueden porque tienen el dinero, los recursos y lo que es más triste, la ley de su parte. Y por eso el ministro Soria ni dimite ni es destituido, porque mentirle a la opinión pública todavía no está penado por la ley. Y tener sociedades en un paraíso fiscal, tampoco.

¿No se cansan ustedes de que les desprecien continuamente? ¿No están exhaustos? Yo sí. Siento que empiezo a tocar techo, que la garganta y el estómago se me ensanchan y que sus mentiras me rebosan. El caso es que no termino de explotar. Sé que es por una cuestión biológica: mi organismo, ante situaciones de estrés, refuerza sus defensas para hacer frente al ataque. Lo que temo es que, cuando todo pase y la calma llegue, mis defensas se retraigan y mi cuerpo sufra las consecuencias, tardías, pero virulentas.

Pero no debo tener miedo. Hoy estoy más segura que ayer de que la calma no llegará nunca, y mi cuerpo podrá seguir ensanchándose, hacerle sitio a este ejército de sinvergüenzas. Mis armas son las que son, mi voz y mi voto. Pero si una se cansa de gritar, corre el peligro de jugársela todo a una carta: las elecciones. Y mientras la izquierda siga descomponiéndose como metralla, los sinvergüenzas, los ladrones y los mentirosos se harán tan fuertes como un obús. Pero no se asusten ustedes tampoco. Los obuses no duelen, simplemente nos harán desaparecer.

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