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De Cáceres de toda la vida /
José María Saponi

Todo en esta vida tiene un límite, cuenta Daniel Defoe que Robinsón Crusoe, al naufragar el barco en que navegaba desde Brasil en dirección a Guinea, el mar le llevó hacia una isla con apariencias de desierta. Una isla, en la que no había nada, no tenía nada, tuvo que fabricarse de todo, a pesar de que era absolutamente libre por estar sólo sin nadie más a su lado, bueno y también estaban los restos del barco naufragado, de donde él tuvo que sacar lo que pudo para fabricarse por sí mismo todo lo necesario para su subsistencia. (sí estaban los animales, las aves, etc.).

También estaba la Naturaleza, tenía lo que la naturaleza le podía ofrecer, podía hacer lo que le viniera en gana, pero no… tuvo necesidad de cubrirse del frío, aislarse del calor, en definitiva tenía que protegerse de las inclemencias del tiempo en aquella naturaleza a donde arribó.

Tenía Crusoe, además necesidad de alimentarse para poder subsistir y tuvo que acudir a lo que le rodeaba para solucionar sus problemas y necesidades, hasta que fabricó lo que parecía un barco para salir de allí, e ir a vivir donde estaban los demás humanos.

Nadie puede vivir sólo, es evidente que necesita de la aportación de los demás. El hombre es sociable por naturaleza y por necesidad. De ahí que esa convivencia obligada de unos con otros y por razones obvias, necesita regularse, el tren es bueno, sirve para lo que fue inventado, si hay raíles por donde pueda circular.

La sociedad, la vida en común precisa de unas normas que regulen las relaciones entre los seres humanos, nadie en sociedad puede hacer lo que le plazca, a pesar de entender que la libertad es el don más sagrado que tenemos los seres humanos, pero es cierto que los derechos de unos tienen el límite justo donde empiezan los derechos de los demás, de aquellos con los que se convive y que entre todos forman lo que llamamos sociedad.

Viene todo esto a cuento de la aparición con cierta frecuencia, de opiniones que se publican, basadas en eso que se llama “opinión personal”, ajena a todo efecto de responsabilidad en lo que se dice, más allá del hecho de decirlo.

En la vida en común, las reglas, normas, leyes etc. obligan a todos por igual, nos guste o no, para ello vivimos en una ciudad, en un pueblo, en definitiva en sociedad.

También en esa sociedad hay otros que tienen la obligación de hacer cumplir las normas, reguladoras de la convivencia leyes etc., e incluso de sancionar su incumplimiento, pero a éstos, a los que tienen la obligación de regular las relaciones en común, esos opinantes lo que hacen desde su atalaya o barrera en el medio público donde opinan ,es zaherirlos calificarlos e incluso clasificarlos de manera ofensiva, y siempre subjetiva, porque ese tipo de fabricantes de opinión están acostumbrados a protegerse en el anonimato, están alejados en la inmediatez de la barrera y no del ruedo, por eso a ellos nunca les” pílla el toro.” O sea.

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