Historias de Plutón /
JOSE A. SECAS

Cuando en una conversación se produce y se hace evidente un problema de comunicación, el lenguaje no verbal -mirada de extrañeza, cara de bobo- resulta lo suficientemente elocuente para que el emisor inteligente y perspicaz perciba que su mensaje no llega claro al receptor. Esto le obliga a reformular su explicación, a escoger otras palabras y a completar sus argumentos de un modo, a su juicio, más inteligible. Hablo de un comunicador sagaz y modesto que detecta que sus explicaciones no alcanzan a ser asimiladas y se hacen necesarias más y mejores palabras para hacerse entender. Cuando, aun así, la mirada de extrañeza y la cara de bobo del receptor le indican que no se está enterando bien, como parte del hilo argumental y como necesidad de refrendar el acto comunicativo, este conversador se aventura a confirmar el buen discurrir de la charla con una pregunta simple: “¿me explico?”

Si no me entero de lo que me dices, no es porque yo sea tonto sino porque tu te expresas muy mal

Cuando en otra posible conversación, la comunicación no llega a producirse con claridad y el lenguaje no verbal -mirada de extrañeza, cara de bobo- delata la permanente búsqueda del sentido y el significado del mensaje por parte de un receptor inteligente y paciente (sin que quien trata de explicarse se dé cuenta de ello a la primera) es que tenemos como emisor a un zoquete prepotente y arrogante que además de no ser capaz de hacerse entender medianamente bien, reafirma su condición de torpe con frases hechas y muletillas que, aparte de denotar una absoluta falta de sencillez y de conocimiento de sus limitaciones, implican un desprecio por el interlocutor al que llama, en alarde de ignorancia atrevida, “tonto” por no ser capaz de entender su discurso farragoso, errático, confuso, peregrino, aburrido, inconexo… Estas muletillas y frases son: “¿sabes?, “¿sabes-como-te-quiero-decí?”, el humillante “¿entiendes? y su versión ceporra “¿no mentiendes?

En caso de que no sea posible el acto de comunicación, es de bien nacidos, hablados y expresados, achacarse a uno mismo este defecto de forma y de fondo y aceptar la propia incapacidad de emitir el mensaje limpio (a pesar y muy por encima de la, presumible, cortedad de entendederas del “contrario”) en vez de hacer cargar al oyente y receptor con el peso de la incomunicación. También puede haber problemas con el canal y que haya ruido o se corte por cualquier motivo pero, en todo caso, esto no influye en las formas y buenas maneras de los agentes de la comunicación. Vamos, que se ruega al personal un poco de humildad, por favor. Resumiendo: si no me entero de lo que me dices, no es porque yo sea tonto sino porque tu te expresas muy mal, ¿me explico?

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