El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

Recuerdo a Rosi. Tenía el pelo corto y muy rubio, los ojos azul cielo y los labios gruesos. Era alta y estaba entrada en carnes. Aparentaba mucho más de los trece años que en realidad tenía. Aquel verano caluroso se empeñó en ensañarnos a besar. Ávidos de nuevas experiencias, Rosi probó todas las bocas. Mi fortuna fue discreta porque solo me dedicó un leve roce de sus deseados labios. Al menos podía presumir, a mis catorce años, de haber besado a una chica.

Por aquellos largos días, el cisne de mi niñez cantaba su agonía.

Cuando llegó septiembre, Rosi se marchó a Sevilla y nunca más volví a saber de ella.

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