El_Cid_Campeador_lanceando_otro_toro_(Tauromaquia_-_Goya)

Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

Al torero “El niño del Tibidabo”, Benjamín López Cossío (lejano parentesco con el autor de la famosa enciclopedia torera), se le entrevistó hace poco en un programa de televisión dirigido y presentado por Ignacio Gavilán (“A fondo”), y de entre todo lo que dijo (en ese programa se deja el micro abierto, y la gente se lanza a tumba abierta), lo que sigue más abajo se rescató para otro programa, folclórico este, titulado, “Días de copla y toros”, y le han caído, al pobre matador, hostias por todos los lados (y eso que aquí, en esta columna, no vamos ha reproducir lo que dijo acerca de las procesiones de Semana Santa; para muestra, un botón, “son un catálogo de etnología trasnochado, con militares armados detrás de los santos, una adoración a los diferentes becerros de oro que tenemos en esta piel de toro, y nunca mejor dicho”)…

Como dice un dicho mejicano, “quien se olvida de la muerte se olvida de la vida”

<<Vengo de una estirpe milenaria, pero no soy más que nadie. Este oficio mío, que es el de matar toros, o sea, regar el campo con sangre para que germine la savia nueva, la vida, que como dice un dicho mejicano, “quien se olvida de la muerte se olvida de la vida”, también lo hacen, por ejemplo, los sacerdotes de Kali, La Negra, allí en la India, y antes, ellos, en vez de matar animales mataban niños, y cuanto más jóvenes mejor, y también pasa en El Perú de hoy en día con la Fiesta del Yáwar, en donde atan a un cóndor a la espalda de un toro, y después de soltar a la bestia resultante de unir al bóvido y al ave, la gente, borracha y exultante de caña, se pega y con su sangre riega las calles. Todo esto entronca, lo mío y lo suyo, con los antiquísimos ritos de vida y muerte, en mi caso, mediterráneos, de Mitra, por ejemplo. Sé que es una barbaridad, en estos tiempos que corren, mi profesión, pero yo no la he elegido, he sido llamado, y sé, y lo acepto, que esto, la tauromaquia, como otras muchas cosas, tendrá que desaparecer, y sé que este oficio está gobernado por el machismo y lo retrógrado, por no hablar de la política pura y dura, pero, ya lo dije antes y lo digo ahora y siempre, a mí me ha venido impuesto, es una religión, y yo soy un sacerdote, y creo en ella.

Sé que tendrá que terminar algún día este culto milenario, y me siento, al decirlo, como el protagonista, me refiero al joven, del libro y la película homónima, “Gringo viejo”: él está haciendo la revolución y llega a la hacienda donde nació, él es la consecuencia de una violación del dueño del latifundio a una de sus muchas criadas, su madre, y lleva la sangre del oligarca en sus venas, y esta tiene que ser eliminada, y cuando la revolución triunfa, él se pone delante de un pelotón de fusilamiento y hace que le maten, ¿por qué?, porque por la “herencia” de su padre es culpable, y yo me veo culpable de tener este sacerdocio, con el que hay que terminar si queremos tirar palante…>>.

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