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Aristófanes buscó en el humor una mirada crítica de la profunda crisis de Estado que se vivió a finales del siglo V a. C. En «Las ranas» el autor propone una bajada al inframundo, en la figura de Baco (encarnado por Pepe Viyuela), para resucitar a Eurípides, debido a la pésima calidad que atraviesa la dramaturgia en esos momentos. Un texto escrito hace más de dos mil años, que casi asusta por lo actual que resulta.

¿Qué papel interpretas en «Las ranas»?

El papel que interpreto en «Las ranas» es el del dios Baco, que lleva a cabo un descenso a los infiernos en busca de un autor teatral, ya que Grecia ha quedado desprovista de grandes dramaturgos, para que revitalice el teatro.

Es un dios de comedia, humanizado, plagado de defectos. No es un dios al uso de la tragedia, omnipotente y poderoso. Sino un dios que cae al fango, que sufre, que pelea. Pero tiene un carácter heroico, porque se atreve a descender a los infiernos, pese a ser temeroso, para buscar a un poeta y recuperar el valor del teatro…

La verdad es que estoy entusiasmado con la idea de poder jugar con un dios.

Es un texto cómico que resulta muy actual…

Nunca he visto representada «Las ranas» de Aristófanes, pero creo que es un gran texto, que demuestra por qué después de más de 2.000 años se encuentra entre los grandes autores y ha tenido tanta importancia en la evolución de la historia del teatro.

En la función se habla de la importancia del teatro y de la importancia de hacer buen teatro, no de hacerlo de cualquier manera. La primera parte es una comedia, para luego centrarse en un debate sobre la dramaturgia y la función del teatro en la sociedad. Porque lo que Aristófanes pretendía con este texto era trasladar su preocupación por la falta de un teatro de calidad. Esto tiene mucho que ver con la situación que vivimos ahora.

“Mérida es un lugar para volver siempre. Hay gente que peregrina cada año para vivir esa sensación”

Así que sí existe esa conexión con la actualidad; hay paralelismos muy inquietantes, pero siempre desde el punto de vista de la comedia. Es una función muy divertida.

¿Qué destacarías de la puesta en escena?

Destacaría la idea de simplicidad con la que trabajamos. La función se inscribe dentro del marco del teatro romano de Mérida, sin restar un ápice de protagonismo a ese espacio privilegiado.

Ya son varias veces las que visitas este festival…

Es la quinta vez que vengo a Mérida. La cuarta vez que llevo una comedia…

¿Cómo vives esa conexión con el público en Mérida?

Hay algo muy especial en el teatro romano de Mérida, sin ser yo nada esotérico. En las piedras, en la noche… Es un espacio que ha sido testigo de tantas historias y representaciones a lo largo de miles de años, que conserva algo mágico.

Es muy diferente actuar en ese escenario, a hacerlo en un teatro a la italiana. Esa conexión con la naturaleza, con el cielo, las piedras… Tienes la sensación de que vas a asistir a una liturgia que va mucho más allá del espectáculo teatral. Esto lo percibe el público, porque yo también he sido espectador de este festival. Nunca he tenido un sentimiento de trascendencia tan grande; tanto desde el punto de vista del intérprete, como del espectador. Es un espacio que resulta uno de nuestros grandes tesoros.

«Estoy entusiasmado con la idea de poder jugar con un dios»

Cuando escuchas el rugir del público con las comedias, porque son ya tres comedias las que he hecho en Mérida, siento que en ningún otro teatro se respira esa sensación. Hay algo, mágico, de ritual, ancestral, que rompe con todos los esquemas previos.

Mérida es un lugar para volver siempre. Hay gente que peregrina a Mérida cada año para vivir esa sensación.

EDUARDO VILLANUEVA /

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