azanavour

Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES

(para Aznavour, sí, pero también para Javier, que lo supo bajo el amparo de unos vinos, y a la vera de las buganvillas). Y te encuentro después de aquello, paseando por el barrio de tus mayores, que no es el de los míos. Y nos saludamos, y me fijo en tus zarcillos, grandes y dorados (“ha cambiado de estilo”, me digo a mí mismo mientras vuelvo a contemplarte), y me fijo en tu falda, más corta que las de antes, y en tus piernas, que me gustan mucho y que se me parecen a las de los púberes, y me fijo en tu pecho, que es muy plano, como siempre, aunque ahora un poco más. Estás más delgada, y estás tan blanca… caminamos y en un momento dado nuestros cuerpos, sin querer, se tocan, y no pasa nada, no damos un respingo, no nos acaloramos, no damos por terminado el casual encuentro. Y hablamos de todo un poco, o de nada en particular, hasta que me dices que has leído lo último que me han publicado (“El río Indo. El Río”). Y hay un silencio porque me parece que desde que te conocí hago lo mismo (¡¡¡Dios mío, perdona la irreverencia, perdona la osadía!!!) que Kawabata en su libro, “Lo bello y lo triste”; solo hablo de lo nuestro pero utilizando otros lenguajes, otros personajes, otras situaciones, otros recursos para describir y recrear aquello, lo nuestro.

He mandado, después del encuentro, dos cartas, una a Silke (esta fue la segunda); le contaba que como a ella, también le había escrito un poemario a alguien (Gimferré escribe en el idioma en que se enamora, ¡¡¡¡premio Nobel ya, pal catalán!!!) y que si le escribía (a Silke), era para que supiera lo mucho que me importaba (tanto, como para contarle algo así: que le había escrito un poemario a otra), lo mucho que la quería (por lo que había significado en mi vida) y lo mucho que la extrañaba (en viejos y nuevos garitos). La primera de las cartas fue en plan, “paño de lágrimas”, aunque a la buena de Soidade le dije que era “mi paño de esperanza”. Sabiamente me contestó, <<la próxima vez habla menos y deja que hable ella, ¡¡¡y dale un piquiño sin venir a cuento!!!>> (en realidad lo del “piquiño” lo he agregado yo).

Y hoy he tenido un sueño, y aparecías tú. El paisaje era un “locus amoenus” (sin remisión), había barrancos con pequeñas caídas de agua y agradables puentes de madera sobre ellos, caminos que tras llevar a praderas inundadas de alto y fresco verde (no, no vi ningún unicornio, afortunadamente), se internaban en una espesura nada amenazante, y al darnos la mano has preguntado, “¿volverás a hablarme en otro idioma?” (y tú sabes lo que escribió Paltrinostri, el viejo cura revolucionario, ¿verdad?, <<mientras amamos hablamos un idioma diferente al del resto de los mortales>>). Y me he levantado, y tenía una extraña, agradable y dulce sensación de sangre (tuya) en la boca, y he recitado a Prada, <<¿no has sentido alguna vez el galopar de unos caballos en el pecho… qué extraño poderío levantó su aparición?>>. Y he puesto, en el cedé, a Aznavour, “Avec”.

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