Si te viera Schopenhauer /
SERGIO MARTÍNEZ
El debate educativo está enquistado. Esta más que demostrado que este país es incapaz de aprobar una Ley de Educación fruto del consenso. Todos tenemos claro que la educación debería ser una cuestión de Estado con mayúsculas, pero nuestros representante políticos demuestran una y otra vez que no saben, no pueden o no quieren hacer una ley de educación fruto del consenso y al margen de las cuestiones ideológicas de cada partido. No aprendemos,, no sabemos y, por consiguiente, no lo hacemos.
El Gobierno del PP ha aprobado definitivamente en el Congreso una ley escolar, la LOMCE, la séptima de la democracia, con los únicos apoyos de su partido. Ningún otro grupo de la cámara ha votado a favor, lo cual ha ofrecido la imagen más clara de ese enquistamiento que aleja cualquier posibilidad de acuerdo, grande o pequeño, en torno a un tema tan sensible y vital como es la educación.
La verdad es que esta ley tiene al sector educativo bastante enfadado por aspectos como: recuperar las reválidas al final de ESO y bachillerato; los itinerarios distintos durante la etapa obligatoria; vuelco en las materias “principales” cuyos contenidos controlará más el Estado; libertad de elección y de enseñanza (es decir, apoyo a la escuela concertada); y especialización de centros y autonomía; las nuevas aportaciones a la materia de religión; el respaldo legar a las subvenciones para los colegios que separan por sexo; o el blindaje de la enseñanza en castellano en Cataluña.
Ahora avancemos dos años y lleguemos a las elecciones generales de 2015, ya tendríamos la nueva ley implantada (incluidos contenidos, cambios de asignaturas, elecciones de materias de itinerarios o nuevos libros de texto) en toda la educación primaria, en primero y tercero de ESO, primero de bachiller y, además. la nueva FP Básica implantadas. Si cambiara el gobierno seguramente una de las primeras medidas sería derogar esta ley de educación e implantar una nueva. De nuevo polémica y más problemas. Vamos que no aprendemos.
La necesidad de proceder a la mejora continua de los sistemas educativos no admite duda alguna. Pero al mismo tiempo, parece obvio que las líneas fundamentales de cualquier sistema han de tener la estabilidad necesaria, y que los cambios constantes en la legislación educativa que acompañan a cada cambio de Gobierno en nuestra historia democrática no favorecen precisamente la calidad. Es decir, la educación debería ser cuestión de Estado, con mayúsculas, pero por lo visto, no aprendemos.