gente_negativa

Cánovers/
Conrado Gómez

Todos conocemos a esa persona que tiene la capacidad de transformar un ambiente cordial en una cama de pinchos. Entran, ponen esa cara de chiguagua estreñido y el aire empieza a volverse irrespirable, infecto. Parece que inspiran oxígeno y expiran gas venenoso. Esa especie, que pulula por nuestras vidas, ha recibido numerosos nombres a lo largo de la historia. Incluso un puñado de escritores se han atrevido a referirse a ellos en sus novelas y ensayos. Bernardo Stamateas los denomina “Gente Tóxica”, manipuladores emocionales que generan un agujero negro de positivismo a su alrededor. Huyan de ellos si se aperciben de su presencia. No intenten arrojarles luz o consejos altruistas. Su capacidad fagocitadora del buen rollo acabará con esas vibraciones en un abrir y cerrar de ojos. Santi Balmes, vocalista de Love of Lesbian y mejor escritor, los bautiza en un relato como “Mofetas Psíquicas”, y los clasifica atendiendo al grado de catastrofismo que transmiten. De hecho, en su relato de ficción, los va despidiendo de las empresas gracias a un medidor de aura. Otros hablan de los vampiros emocionales, que viene a ser lo mismo, pero con un guiño a esa cinta de culto adolescente, “Crepúsculo”.

Se les puede reconocer fácilmente porque no respiran, bufan. Están siempre en ese estado de turbulencia y cara circunspecta

En mi caso prefiero hablar de los “nube negra” o en su traducción literal al inglés “black cloud”. No me pregunten por qué, supongo que por aquello de que de repente asoman unos nubarrones grises en medio de un día limpio y azul, y se van con la misma facilidad que aparecieron. Claro que esos no serían gafes existenciales, sino circunstanciales. De los primeros conviene alejarse sabiendo que cualquier intento de subsanar lo que la genética predispuso será en balde. Se les puede reconocer fácilmente porque no respiran, bufan. Están siempre en ese estado de turbulencia y cara circunspecta. Esperan a que te acerques para arrastrarte a la perdición. Para ellos, la vida es una mierda. Nada tiene remedio, y si lo tiene, para qué buscarlo, si la solución a veces es peor que el problema. A los segundos podemos echarles una mano para salir de esa espiral. No son peligrosos. Es más, son muy agradecidos, porque desde fuera todo se ve distinto.

Un manipulador emocional es como un drogadicto de malas noticias. No puede evitarlo. Se mueve mejor en los contextos de las tragedias. Disfrutan más de un buen sepelio que de una boda. Son así. Vigilen sus compañías y si se les acerca alguien a robarle el wifi de su karma, desconéctense y esperen a que pasen los nubarrones.

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