escocia

Si te viera Schopenhauer /
SERGIO MARTÍNEZ

En verano del 2002 con mi carrera de periodista recién terminada y, con la  frustración de  no poder realizar unas prácticas veraniegas en el Marca por un error de mi facultad, decidí irme a Escocia a pasar el verano. Una de esas decisiones casuales pero que al final  resulta que te marcan para toda la vida.

Lo cierto es que un amigo se iba para tierras escocesas a pasar el verano y, de paso, aprender un poco de inglés, y como yo me veía sin mis prácticas y un poco en tierra de nadie decidí embarcarme en su aventura. Sería una lluviosa y gris tarde de junio  la que llegué a Edimburgo con mi inglés escaso y académico que se derrumbó en media hora y sin saber muy bien qué hacía allí. Lo curioso es que ese verano al final se convirtió en año y medio así sin casi darme cuenta.

Escocia es un país fantástico. Edimburgo es una ciudad preciosa y los escoceses son, bueno, son escoceses.  Por cierto esta afirmación tan de Perogrullo igual aquí con el tema de la independencia igual no se ha entendido bien. Los escoceses son escoceses no son ingleses. Otra asunto es que quieran o no la independencia del Reino Unido. Pero si quieres un buen  mamporro o cambiar de cara, vete y dile a cualquier escocés que haya votado no a la independencia que es inglés. Su respuesta será contundente os lo aseguro y no porque me haya atrevido a hacer una encuesta a pie de campo.

Volviendo a mis memorias de Escocia, entre Edimburgo y Avimore, un pueblecito de las Highlands, dividí mi año y medio. Una época inolvidable, de lluvia continua y cielos grises, de pintas y risas, de tristezas y alegrías. Como cada sitio tiene sus cosas malas, en Escocia la comida y el clima se llevan la palma pero eso fueron pequeños detalles que se fueron solventando. Escocia tiene un sistema educativo alucinante y, sobre todo, una formación profesional que te posibilita estudiar, trabajar y que te exime de pagar impuestos.  En cuanto mi nivel de inglés fue subiendo, y aprendí a pronunciar agua como lo pronuncian los escoceses, pude empalmar trabajos cada semana hasta que conseguí la estabilidad que deseaba.

La verdad es que estuve a punto de quedarme a vivir allí unos años más porque el generoso gobierno escocés me pagaba un master en periodismo que aquí me costaba más de diez mil euros. Pero no fue así. Decidí marcharme y cambiar la Atenas del Norte por la capital de España, pero en mi corazón quedó para siempre un trocito de Escocia.

Y es que al final era tan escocés que me daba igual la lluvia, me comía los fish and chips con gran habilidad y cada que paseaba por la Royal Mile  escupía en el «El corazón de Midlothian». Una leyenda que dice que quien lo pisa nunca conocerá el amor verdadero, mientras que para poder hacerlo, basta con escupir al corazón, que es lo que muchos habitantes hacen como costumbre. Aunque ellos lo hacen más como tradición de desprecio hacia los antiguos impuestos pagados y las ejecuciones de prisión  que tenían lugar en ese sitio. ¿Saben quién erar los que se llevaban los impuestos y llevaban a cabo las ejecuciones? Los ingleses. Curioso, ¿no?

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