Historias de Plutón
José A. Secas

Hoy voy a cortar un traje. Mejor, voy a contar una historia y que cada cual saque conclusiones y haga sus apuestas. Indirectamente, con recursos literarios, me voy a exceder en mis apreciaciones y a coger mi particular vara de medir para poner a escurrir a una persona (no concretaré, de momento). En mi narración, se va a juzgar a un personaje en la Tierra, porque no sabemos si habrá un dios que lo haga, como se merece, en el Cielo. Igual, hasta se dicta sentencia y se condena a ese ser inmundo y despreciable. Ya veremos. Me voy a saltar todas las reglas del respeto, de la buena educación y de las buenas maneras, aún a sabiendas de que este comportamiento va en contra de mi militancia y apostolado en la doctrina y principios del buenrrollismo universal. Me encanta contradecirme y tirar piedras sobre mi tejado; sobre todo para poner a caer de un burro a un personajillo detestable que ya me ha tocado las narices y los güebos en varias ocasiones y que se merece que lo pongan en su sitio. Se va a enterar. Bueno, no se asusten; esto es solo literatura y libertad de expresión, ¿verdad?

“Había una vez una persona que concentraba, en una presencia física desbordada por los excesos de la carne (de la que se traga; no de la que se goza), y los lacerantes azotes del estrés ansioso y la amargura insatisfecha que acumulaba, toda una cadena de despreciables defectos y tachas en su carácter: era un ser mentiroso, bocazas, criticón, orgulloso, chinchorrero y traicionero. Tenía una ambición enfermiza y egoísta que le impulsaba a pasar por encima de cualquiera que le plantara cara, a la vez que adulaba y baboseaba ante quienes podían favorecerle. Su discurso, cargado de exageraciones y falacias, transitaba cómodamente entre las críticas sibilinas o despiadadas (según procedía) de los ausentes en la conversación -no se salvaba ni dios-, y los piropos, los bailes de agua, reverencias y seguidas de corriente que dispensaba a su interlocutor; para asentarse, con desfachatez, en argumentos básicos que solo demostraban bajos instintos y sentimientos y escasa inteligencia práctica.

Además, esa persona, era envidiosa tanto como orgullosa. Era de las que piensan que se merecen todo lo mejor (que consiguen con argucias y mentiras) y que lo que no alcanzaba (por medios espurios), se lo habían robado gente que no se lo merecía. Para mantenerse a flote entre esos sentimientos tan dañinos, necesariamente, se adentraba y chapoteaba en la difamación y la mentira como únicos salvavidas y recursos. No se daba cuenta de que todo lo que salía de su bocaza expansiva, hablaba más de ella que de nadie. Era torpe. Es torpe. Está entre nosotros.”

Y toda esta historia para una sola reflexión: Somos espejos proyectando y reflejando. Todo lo que vemos en los demás está en nosotros. Yo, por ejemplo, veo personas inteligentes leyendo estas líneas y sacando conclusiones positivas. También, a veces, veo muertos (como el niño de “El sexto sentido”) y también he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Además, hace poco, he visto el teatro romano de Mérida atestado en plena crisis sanitaria pero, todas estas cosas, son de otras películas que ya os contaré. Feliz abanico y chapuzón.

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