Desde mi ventana
Carmen Heras

Con motivo del cambio de trabajo de uno de ellos, he vuelto a reencontrarme con un grupo de compañeros a los que no veía desde antes de declararse la pandemia. Son todos más jóvenes que yo, pero no importa. Siempre digo que la edad no es inconveniente de nada cuando las mentes conectan y con ellas los objetivos. Volver a la Facultad es como volver a casa. Repasar sus espacios tiene mucho de reencuentro con lo que uno es, con sus fulgores y sus tormentas. Tiene algo de recorrido por un círculo mágico y al mismo tiempo humano. Como una negociación. Con sus argumentos.

Para mi sorpresa, tampoco ellos se han estado viendo demasiado. Lo sabes al oírles hablar de sus nuevas costumbres, casa, ordenador, zoom…todos un poco más viejos, más estresados o más sabios. Hablamos sobre el virus y la epidemia, sobre vacunas, plazos y viajes. Hay toda una serie de palabras que desconocíamos hace poco y que hoy manejamos regularmente. En un país que ha estado totalmente volcado en la erradicación de la enfermedad, o al menos en controlarla, todo gira aún sobre ella: presupuestos, derechos, opiniones, hijos…

¿Volveremos a vivir como vivíamos? Nadie lo cree. Hay como una resignación en los argumentos, aunque aderezados con gotas de rebeldía, de casi todos con los que hablé. De momento nada hay que parezca conducirnos a ello. Tampoco nos hemos vuelto mejores. Ni más listos, ni más buenos. Las pequeñas y grandes reyertas siguen ahí. Los problemas, con el futuro de unos y otros, también. Sobre todo porque el mañana parece impredecible, en cualquier horizonte, desde el político al personal y familiar, para muchos o sus familias.

Igual que ocurre con las tormentas de verano, que de pronto se desatan cuando menos te lo esperas, sucede con los argumentos. En los argumentos, si no eres demasiado detallista, tú puedes quedarte con lo que más te guste, lo del principio, lo del final, lo del centro. Ya veremos. Bastante más en estos tiempos de relativismo, donde las historias pueden enfocarse con la lupa colocada sobre unas zonas, y que deja a otras en lo profundo del tono oscuro. De un argumento se puede extraer su profundidad, o su ligereza, lo complejo que es, lo inabarcable. Los argumentos nos llevan a las teorías. El término proviene del griego theoria que significaba observar o estudiar, refiriéndose a un pensamiento especulativo. Desde su invención, o al menos desde la invención de esta palabra, los hombres -porque las mujeres han tardado más en entrar en los espacios públicos- han seguido insistiendo sobre ello, una vez que se tuvo el lenguaje y la escritura.

Y la teoría hoy es que la palabra escrita nos obliga a pensar, a una reflexión sobre nuestra propia existencia y sus circunstancias. A preguntarnos por el sentido de tantas cosas, si es que lo tiene. Aquí y ahora. Porque, sin duda, la pandemia nos ha vuelto más huraños y desconfiados. Más inseguros. Con nosotros mismos y con los otros. Para evitar los contagios, las administraciones dictaminaron que debíamos permanecer en nuestras casas la mayor parte del tiempo, en una época en la que el sistema sanitario estuvo seriamente sitiado por el virus. Y ahora, parece que poco a poco, todos debemos resucitar.

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