Desde mi ventana
Carmen Heras

Cuando se desarrollaba la movida, yo estaba enfrascada en mi propio desarrollo personal, familiar y profesional. Asistía desde fuera a su acontecer, pero nunca participé en ella de forma directa. Tenía bastantes referencias sobre la misma debido al trato obligado, en razón del trabajo, con alguno de sus principales inductores, pero nada más. Aún así sé perfectamente de lo qué se habla cuando se conversa sobre ella.

A estas alturas de la película ni tan siquiera se trata de defender lo obvio, sino de resguardar la propia inteligencia. De cómo finalizó la movida dan claras muestras las hemerotecas. Del papel de unos y otros, durante y después de ella, también. Escribir para ensalzar, únicamente, sus aspectos positivos, es una opción posible y entendible. Pero contar la historia, sin referirse a la globalidad de TODO cuanto aconteció, resulta tremendamente incompleto, pues los avatares tienen luces y sombras. Sobre todo si una de estas últimas fue el hundimiento público de parte del navío personal de terceras personas, que no habían participado en dicha movida y nunca fueron parte de su discurrir, ni responsables de los aspectos negativos asociados.

A ciertas alturas de la vida, la experiencia enseña que en algunos debates una no debe participar. No por cobardía o desconocimiento, sino porque simplemente no merece la pena el esfuerzo. El deseo de persuadir, poderoso en mi en otras épocas, ha perdido su fuerza y ya no lo practico, en parte por respeto a las opiniones de otros y en parte porque he comprendido que nadie que no quiere, se va a dejar convencer de algo en contra de sus propios planteamientos, por errados que sean.

Una intuye que la verdadera valentía no es aquella que se muestra en según que asuntos, momentos o personas, sino siempre que se conculca la verdad o la justicia. Pero nuestro mundo de hoy sólo se muestra beligerante según el momento, el lugar, los amigos de la tribu, o el tema de que se trate. De ahí que algunas discusiones aparezcan contaminadas. Más aún cuando se nota claramente que en la base de ciertos planteamientos radicales hay mucho dolor personal aún no cicatrizado. Muchas decepciones y sueños rotos. La asepsia, tan necesaria para un buen análisis, no es tal.

Amigos, una historia cualquiera no se muestra completa si se olvida el epílogo de la misma, esa “parte final de una obra en la que se ofrece un resumen general de su contenido”. Es el epílogo quien cierra el circuito de la narración y lleva a las reflexiones y a la moraleja. Por eso forma parte de las enseñanzas a los estudiantes de Grado al elaborar un documento científico. “Mirad, (se les dice) puede que alguien no lea el texto completo, y solo repase las conclusiones. Volcad en ellas, pues, todo cuanto de fundamental habéis escrito, de manera que leyéndolas, el lector sepa de qué estáis hablando”. Una historia sin epílogo, sin duda, contiene muchas inexactitudes. Porque una historia se tiende a interpretar de forma distinta si se hace desde fuera o desde dentro, ¿no os parece?

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