La temperatura de las palabras
José María Cumbreño
He estado en Baeza dos veces. Y las dos he terminado visitando el aula en la que Antonio Machado dio clases de francés durante años. Machado nunca fue feliz en Baeza, aunque en ese lugar escribió algunos de sus poemas más conocidos. A mí siempre me ha gustado imaginarme qué se le pasaría por la cabeza en aquella esquina del mundo. Porque Baeza es un sitio precioso, de eso no hay duda, pero, en la época en la que Machado vivió allí, aquello significaba para un artista poco menos que el destierro. Él había intentado conseguir un traslado a Madrid. Sin embargo, una y otra vez, comprobaba cómo cualquiera poseía más méritos académicos y lo adelantaba. Parece mentira.
Siempre ha habido maestros y profesores que, además, han escrito libros o pintado cuadros. Más de uno ha tenido que padecer la indiferencia de los que le rodeaban. Y, hombre, es cierto que ahora no dan con sus huesos en el mismo lugar que Fray Luis, aunque, por desgracia, en esta época en la que se supone que el ser humano sabe mucho más que sus antepasados, los artistas a los que se les ocurre dedicarse a la enseñanza tampoco disfrutan de ninguna consideración especial.
Tengo varios amigos, reconocidos escritores todos ellos, que son profesores en distintas ciudades de España. La mayoría me cuenta lo mismo: que todo son pegas cuando les invitan a leer a alguna parte, que nadie les agradece que lleven las publicaciones del centro, que no se tiene en cuenta que la tele y los periódicos hayan sacado de paso sus lugares de trabajo al ir a entrevistarlos a ellos, que sus alumnos disfrutan del conocimiento de otros escritores por mediación suya… Etcétera, etcétera, etcétera.
Imagino que este desprecio por el arte y los artistas responde al espíritu de este tiempo en que las humanidades no constituyen sino un mero adorno. Resulta triste que ni siquiera en un lugar donde se supone que se aprecia la cultura pintar o escribir se considere un mérito. Porque, se reconozca o no, objetivamente, contar con un escritor de cierto nombre en el claustro representa un beneficio para los alumnos.
En esta aula enseñó lengua francesa don Antonio Machado.