Desde mi ventana
Carmen Heras

Yo conocí el sabor de la leche en polvo la primera vez que subí a un avión. El producto, usado hoy en miles de recetas y en ayudas a países del tercer mundo, por sus propiedades y facilidad de transporte, de niña era totalmente desconocido para mí, dada mi procedencia de un pequeño pueblo con la consiguiente posibilidad de tener acceso a todos los productos básicos naturales. Siempre oí decir a mi madre como, durante y después de la guerra civil española, la preocupación y la angustia general de su entorno estaban relacionadas con los peligros de los hombres en el frente y el conocimiento de las bajas, que de tanto en tanto se producían en las familias, pero nunca con la escasez de alimentos pues éstos se siguieron cultivando; por no faltar, ni siquiera faltó el jabón de lavar la ropa, que mi abuela hacía en la casa a la manera de siempre con las grasas naturales. Solo más adelante supe que la leche en polvo fue largamente repartida, durante la postguerra, en los centros de servicios sociales de la época, a familias con dificultades, uno de cuyos miembros hacia cola junto a muchos otros, con la cartilla preceptiva, para recogerla. Fue uno de los productos fruto de la ayuda de los americanos a nuestro país.

Las hemerotecas muestran que aunque el gobierno español no formó parte del listado para los que se estableció el Plan Marshall, por no haber participado activamente en la Segunda Guerra Mundial, si recibió financiación estadounidense. Y ello, a pesar de que España, terminada la guerra civil del 36, estuvo muy enrocada en las políticas franquistas. Pero, aún a riesgo de ser acusados de simpatizar con el fascismo, los Estados Unidos firmaron con nuestro país los Pactos de Madrid de 1953 debido a nuestra situación estratégica (establecieron aquí varias bases militares) y a que, para ellos, el régimen de Franco significaba también una garantía antisoviética, en plena guerra fría entre grandes potencias. La compensación económica que recibió España de Estados Unidos entre 1953 y 1963 fue de algo más de 1500 millones de dólares, básicamente créditos gestionados por el Export-Import Bank para comprar productos estadounidenses, fundamentalmente alimentos, algodón y carbón. La ayuda militar fue de 456 millones en material de guerra de segunda mano, que a pesar de todo sirvió para modernizar las Fuerzas Armadas, que aún seguían usando las armas italianas y alemanas de la guerra. Todas estas ayudas significaron el punto de partida de una recuperación económica nacional, tras más de diez años de durísima postguerra.

Todo lo cual me hace pensar en el pragmatismo de unos y otros gobernantes, de TODOS, no únicamente ahora, sino en cualquier época histórica, y en cómo llegado el caso las conversaciones y los pactos se abren camino, aún viniendo de posiciones enfrentadas, en pos de un determinado bien superior. Terminados los conflictos, es preciso vivir y cubrir las necesidades esenciales propias e incluso (si me apuran) de todos los ciudadanos, así que a la postre se lanzan los pelillos a la mar y aquí no ha pasado nada, parecemos creer todos. Y lo justificamos. Y ¡ay, pobres de aquellos que se quedaron por el camino!. Menuda mala suerte. Son las frutas desechables de las jaulas repletas, los daños colaterales inevitables. ¿Importan a alguien los que fueron sacrificados y no obtuvieron redención? ¿De ellos quien se acordará?

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