Lunes de papel
Emilia Guijarro

El teléfono no para. Me llaman y llamo a muchas amigas, con las que comparto cafés y cañas en los lugares que solemos frecuentar. El mismo sitio de siempre, a ser posible la mismas mesas y esas largas conversaciones, que llenan nuestras mañanas.
Sus voces me hacen evocar lo cotidiano de aquellos días no tan lejanos, en lo que lo importante era hablar de nuestras preocupaciones, de nuestras inquietudes políticas y familiares, de nuestras lecturas, de las películas que hemos visto y de todos esos chascarrillos, que forman el magma cotidiano de nuestros días.

Ahora lo intentamos, a través del teléfono o del wassap, pero el centro de nuestra conversación ya no es el mismo, ahora repasamos nombres de conocidos, amigos y familiares pasando lista para saber si cuando todo esto pase, seremos los mismos o habrá alguna baja y respiramos aliviadas cuando comprobamos que la lista sigue intacta.

Con la incertidumbre de los datos y las cifras, esas conversaciones nos conectan entre nosotras, haciéndonos creer una normalidad que hace tiempo que desapareció. Desapareció el día que empezaron a llegar «memes» a raudales, vídeos sin ton ni son, mensajes de autoayuda, consejos para superar el encierro.

Y entre frases de ¿cómo está tu hermana?, «pues como siempre, poco a poco», y otras similares, se ilumina la pantalla del teléfono y entra el primero, el más temido, ése que nos informa que la primera baja entre los nuestros se ha producido. Ahí es cuando nos damos cuenta de que aunque esto pase ya nada volverá a ser lo mismo.

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