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Cine /
EMILIO LUNA

El monólogo de Fuentes era una clara señal de lo que nos íbamos a encontrar. Sin chispa o gracia alguna, resaltaban más las cuatro capas de barnizaje facial del anfitrión que sus textos, expresados sin vida y acompañados de carcajadas generadas vía regidor. A partir de ahí, cambio de modelo. Los presentadores de los diferentes premios eran simples estatuas. No había lugar para la palabra. Las efigies desfilaban a velocidad terminal por tandas.

Lo mejor (y lo peor) venía de los ganadores. Tan sólo la presencia de los chicos de Muchachada Nui provocó un leve cambio de tercio y que los integrantes del valorado share de esos momentos pusieran los dos ojos en la pantalla. Antes, probablemente, el espectador estaría compaginando el espectáculo con tareas domésticas. Nada nuevo bajo el sol. ¿Y los premios?

Victoria para Vivir es fácil con los ojos cerrados —elegida por EAM como mejor película española del 2013—. Triunfo merecido ya que el filme de David Trueba —que se fue injustamente sin premio en Donostia— representaba el lado amable y vitalista. Una película para soñar y que no entenderá de modas. Un futuro clásico que se llevó 6 Goyas –mejor película, director, actor protagonista (Javier Cámara), actriz revelación (Natalia de Molina), guion original y música—.

Una noche plagada de entregas, alegrías, llantos y decepciones. Así son los premios. En el caso de los Goya parecen no tener arreglo. Por tanto, confiemos sólo en nuestro cine. Es una baza segura.

 

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