Desde mi ventana
Carmen Heras

Desde luego que es importante la narrativa, tal como dice la primera ministra italiana al venir a Bruselas para intentar cambiarla. Y es clave el centro de atención que nos pongan ante los ojos, no siempre muy inocente. Un ejemplo es lo que ocurre en la universidad al colocar el foco sobre el número de plazas de funcionarios sacadas a concurso y no en el provecho académico de hacerlo. Por eso hay frases que cuando las escuchas por primera vez, te dejan pensando: “Los reyes magos son los padres” (“anda que…”), “las tres son las dos” (¡al diablo el rigor de las matemáticas!), y unas cuantas más por el estilo. Para sobreentenderlas debes introducir el contexto, las circunstancias propias del asunto, y aún así, no siempre aciertas.

Resulta que permitimos sistemas que pagan sus sueldos por un oficio que luego no es evaluado como mérito para ascender en ellos. ¿Hay quien dé más? Y se ve con absoluta frialdad por parte de casi todos, de modo que cuando el asunto surge durante una conversación, la mayoría, sabiendo que es cierto, se encogen de hombros. La tónica es no significarse (como en la mili) y ver cómo puede usarse en el propio beneficio. Nada de intentar mejorar la institución a la que se pertenece, quien sabe si por desinterés o por pereza.

La situación no es nueva. Leo en una revista literaria que al morir Lorca, un poeta suizo, Enrique Beck, compra su obra, la traduce y la edita. La traducción (a juicio de los expertos) no revela verdaderamente lo que Garcia Lorca quiso expresar, pero nada se puede hacer pues una Fundacion creada por los herederos de Beck vigila para no permitir otras ediciones. Y pasa el tiempo hasta que la editorial Suhrkamp consigue elaborar una nueva edición, después de ganar el juicio entablado al efecto. Otra vez la narrativa (incorrecta, confusa o amplificada) a la que tan aficionados parecen estar los políticos de hoy en día con sus declaraciones ampulosas y descaradas. Les ayuda la mala memoria de la gente o la propia indiferencia de ésta, que permite las frases rimbombantes, e incluso falsas, sobre actuaciones y eventos con larga vida, narrados ahora como si de un nuevo descubrimiento se tratara.

Vivimos tiempos de romances figurados. Y un buen romance claro que se puede implementar. Como hacía mi padre cuando yo, de niña, le apremiaba para que me contase otro final para el del conde Arnaldos porque el que tenía no me gustaba. Ya saben ustedes, aquel en el que al conde le contestan (una mañanita de San Juan, por más señas) desde un barco que se aproxima a la orilla eso de “Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va”. -“Pero papá ¿quienes son los que van ahí”- preguntaba yo siempre, atónita porque el poema acabase inconcluso, a gusto tan sólo de un grupo de elegidos por la vida y sus circunstancias.

Puede que aún siga preguntándomelo. Y al hacerlo, vuelve a aparecer la rebeldía. Como en el mundo. En donde el relato nunca acaba. Y vuelve una y otra vez, sin final. Y si no, piensen en la renovación de algunos órganos judiciales y en la consabida importancia que los medios de Madrid dan a ello. Que no digo yo que el asunto carezca de importancia pero que a los de provincias nos coge con la cabeza pensando en otras cosas. Me pregunto qué ocurriría si las “afueras” de este país tuvieran su propia prensa autónoma y poderosa. Otro romance. No me hagan caso.

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