Reflexiones de un tenor /
ALONSO TORRES
Pasamos las vacaciones del verano de 1990 en el chalé que nos prestó, a cambio de que se lo cuidáramos durante su ausencia y no se lo incendiáramos (por lo menos), el hermano mayor de un amigo que se fue con su moto, una Ducati Passo “rectificada” hasta los 900 centímetros cúbicos, a Estrasburgo; y no me pregunten por qué se fue hasta allí, y por qué confió en nosotros, misterio.
Estábamos solos, todos los colegas que hasta allí nos fuimos, haciendo todo el día, que por aquel entonces eran “santos días” (el paraíso perdido y esas cosas), lo que nos apetecía: escuchar música alta, levantarnos a la hora que queríamos, desayunar en el jardín, o no, disparar con la cerbatana a lagartijas y pájaros (a las personas que transitaban por el paseo marítimo, donde estaba ubicado el chalé, todo un lujo, nos cortábamos un gramo), ir al bar “Pico de Oro” a pillar algo, a los recreativos de La Mora a jugar al ensamblecohetes, al rompeolas por la noche a pescar, fumar nutos, flais, mais, porros durante todo el día sin parar, beber cerveza en la playa, en el baño, en el salón, en la cama… en definitiva, vivíamos como irresponsables dioses (años después, muchos años después, leí “Aquiles en el gineceo”, de Gomá, ¡¡¡y me cago en la responsabilidad social!!!!).
Vivíamos como irresponsables dioses ¡¡¡y me cago en la responsabilidad social!!!!
Una “tardenoche” (en lenguaje de germanía escribiría, “entre boca de perro y lobo”) antes de ir a ver a Radio Futura, empezamos a trasegar ginebra como si el mundo se fuera a terminar. Salimos de la casa con las orejas frías y la cara caliente, o sea, borrachuzos. Primero nos pasamos por un garito llamado H2O (uummhhh, nada mal el paisanaje de por allí), luego seguimos bebiendo en la playa, y después, no sé cómo (algunos no tenían entrada), acabamos en la primera fila del concierto (“¡¡Luis, Luis, dile a tu hermano que cante ´Annabel Lee`!!”, oí que una chica le gritaba al bajista del grupo).
A la mañana siguiente escribí una (ridícula y resacosa) historia de desamor (siempre estoy a vueltas con lo mismo) en los márgenes de un periódico atrasado que había en la cocina, y hoy, veinticuatro años después, no sé por qué (<<extraña cosa es la melancolía, lágrimas en los ojos, y en el corazón alegría>>, perdonen la cursilada, por Dios), yo, que estaba leyendo plácidamente, si es que se puede leer placidamente a Lebrecht, me he acordado de una canción, eterna, catorce minutos, que aquella noche escuchamos, “Semilla Negra”: <<… alò, aló, conexión con la isla de Jamaica, playa de Negril, aló, aló, uuuuhhhh…>>).