Cotidiario /
HERNÁN PACHECO PUIG

Los miserables te miran a los ojos y te mantienen la mirada. Te apuñalan al irte y todo se lo guardan cuando no los ves. Los miserables no recogen la caca de sus perros, ni dicen buenos días, ni gracias, aún menos por favor, tampoco dicen adiós al irse. Los miserables  no distinguen el bien del mal, sino lo ajeno de lo propio con la insana intención de hacerlo todo suyo. Muchos miserables reniegan de la palabra ladrón pero usan como título las de gestor, político, mando, jefecillo, administrador. Otras miserables se esconden en la palabra vecino, incluso amigo, los menos en las de novio o novia. Los miserables sólo quieren cambios para mejor y para ellos. Los miserables no votan, apuestan a quien creen ganador. Los miserables no toman partido sino que intentan sacarlo. Los miserables son hipócritas y desprecian al otro, al que creen inferior.  Los miserables tienen complejos de aceptación, tienen miedo de que se les valore por lo que son. Los miserables hablan constantemente de lo que son con el ánimo de convencer a quién no es capaz de ver lo que no existe ni es.  Los miserables exigen lo que no dan. Los miserables no tienden la mano, la ponen. Los miserables tratan de que el éxito ajeno o el mérito que no les pertenece sea suyo, si no lo consiguen , lo llamarán enemigo. Los miserables no recuerdan lo que deben, ni devuelven lo que piden, ni dan valor a lo que reciben. Los miserables pretenden que todo les salga gratis pero encarecen constantemente lo que a ellos no les cuesta y toca dar. Los miserables son desgraciados desagradecidos. Los miserables son inflexibles y frágiles. Los miserables tienen miedo de sus iguales y de su falta de límites. Los miserables exigen y apologizan sobre una moralidad que no  aplican. En la palabra miserable no cabe la palabra ética. Los miserables esperan ser perdonados constantemente, que todo se les pase por alto, porque sí. Los miserables saben esconder su culpa y son magníficos sembrando dudas. ¿Cuántos veis?

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