Minimalismos
Vicente Rodríguez Lázaro

(Calle de la Amargura)

El muchacho vivía en la casa contigua al Arco del Cristo. Aquella noche veraniega había estado tomando unas copas con unos amigos en La Chicha, en la plazuela de Santiago. Al regresar, desde la puerta oriental de la iglesia fortaleza escuchó una voz que le llamaba. Se acercó. Allí le aguardaba alguien, un hombre maduro con aspecto de peregrino que le entregó una venera atada a un cordel. “Toma”, le dijo, “Cuélgatela del cuello, por delante del pecho, te protegerá”. Después le sonrió, dio media vuelta y se marchó. Él se encogió de hombros y siguió su camino. Ascendió por la Cuesta del Maestre, recorrió la calle Tiendas y en la calle de la Amargura se cruzó con una mujer que le advirtió: “Cuídate. El asesino de mi hijo merodea por aquí”. Se volvió para mirarla tras su paso y ya había desaparecido.

Al final, al entrar en el adarve del Cristo, apareció por sorpresa otro joven, llevaba una espada con la que intentó darle una estocada. La punta del sable tocó la venera y el agresor se esfumó al instante.

El muchacho entró en su hogar. La madre, despierta, le preguntó qué tal le había ido. “Bien”, contestó él, “todo tranquilo y normal”. Y se acostó sin más.

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