Desde mi ventana
Carmen Heras
Isabel de Austria, la famosa Sissi, casada con Francisco José, sale del palacio imperial para huir de las normas encorsetadas de la Corte, y ve al pueblo hambriento y enfadado que rodea las verjas, cerradas y custodiadas por la guardia. Manda abrir una de ellas y acercándose a los ceñudos hombres y mujeres, les dice que va a tener un hijo. Entonces, el pueblo se enternece y se calma, y el emperador, que permanecía escondido entre sus gendarmes, se aproxima. Y todo parece arreglarse. Es una escena de la serie “La emperatriz” en la que se recrean, más o menos novelados, los aspectos menos dulces de la vida de Isabel, lejos del mito cinematográfico que nos vendieron. Su vida tuvo momentos convulsos al compás de la propia historia general que le tocó vivir.
Hace unos días he asistido, atónita, a una fuerte y agria discusión entre dos militantes socialistas por la subida del sueldo de diputados y senadores. Uno lo ve inmoral, el otro, lógico. El primero argumenta que la mayoría de españoles recortan gastos, para que llegue, hasta final de mes, su sueldo, mucho menor (en general) al de los políticos citados, y el segundo, que como trabajan y están en el organigrama, si se les sube a otros, se les debe también subir a ellos. “Es inmoral e ilícito” grita uno. “Es lo justo, y si nos molesta nos aguantamos” dice el otro. La discusión subió de intensidad y necesitaron un intermediario para calmar los ánimos. No llegaron a entenderse.
Durante la crisis del 2008, todos los funcionarios y políticos rebajaron -al menos- en un cinco por ciento su salario. No les gustó, pero lo hicieron. Y siguieron trabajando las mismas horas y los mismos días. La crisis golpeaba los hogares y era preciso reducir los gastos. La pregunta de rigor que muchos se hacen hoy es por qué nadie piensa en esta posibilidad: la de reducir los gastos de la Administración, que es una y muchas, la nacional y la de las autonomías. ¿De verdad que no se puede hacer nada al respecto? ¿Todos los puestos son estrictamente necesarios?
Sorprende, y mucho, tener que recordar una y otra vez la importancia de que los dirigentes ofrezcan ejemplos de eficiencia y austeridad, mayormente en los momentos de gestión complicados. Porque incluso el español menos atento sabe que mucho recurso económico se va, o puede irse, por el sumidero si no se atina con el personal óptimo, si no se emplea bien. Es cierto que al reducir puestos pondrían aumentar los números del paro, pero eso solo mostraría que nunca debieron de crearse algunos.
El gratis total y para todos tiene más de simplismo que de progresista. Revela, más bien, una cierta pereza o dificultad resolutiva para conseguir que los costes de la vida en este momento sean un poco menos gravosos al ciudadano medio. Sorprenden -y no han tardado los adversarios del gobierno en hacérselo notar- ciertas notas de incoherencia en el proceder de aquellos ministerios que tienen que hacer los presupuestos.
Como en la serie citada al principio de este artículo, puede ocurrir que se logre enternecer al pueblo durante una temporada, pero no para siempre. Desde luego, no será en los sitios pequeños donde se produzcan las protestas clave, pero una vez iniciado el proceso, todo se extenderá. Si nuestros amigos discutidores, aún perteneciendo a la misma organización política, casi llegan (metafóricamente) a las manos, imagínense las controversias originadas entre gentes de todo tipo y condición. Junto a las verjas.