Historias de Plutón
José A. Secas

El día 10 de septiembre, hace un mes, Julio Montero, mi hermano adoptivo, murió de un cáncer muy agresivo. No soy el único que se sintió desolado e impactado. Todo fue muy rápido e intenso, pero también aleccionador, ejemplarizante y profundamente vital. Además de triste por su temprana partida, me siento afortunado por haber disfrutado de su presencia muchos años y haber estado cerca de él hasta el final. Estoy agradecido por todo lo que me ha dado -tenía tanto- y por todo lo que he aprendido de él. No solo yo; somos muchos.

Los que nos quedamos (temporalmente) por aquí, sentimos su ausencia porque Julito estaba siempre presente. Ahora, que no le vemos ni escuchamos como antes, le echamos mucho de menos y sentimos el vacío de su pérdida. Muy hondo. Pero ya basta de hablar de mi y de nosotros. Las palabras que quiero verter hoy son para él y por él; para mantener vivo su recuerdo y para sentirnos reconfortados con el amor que desplegó y sembró entre nosotros para que anidase y floreciera.

Su ejemplo de vida, su evolución, su capacidad de trabajo, su actitud vital…; ganaron y ganarán batallas (como el Cid), calando profundamente en tantas personas como le queríamos. Su  recuerdo se mantendrá vivo en quienes hemos tenido la inmensa fortuna de tratarle, de quererle y de sentirnos queridos por él.  Su generosidad, su sonrisa, su voluntad, su constancia, su amor, su fuerza, su empatía, su confianza, sus palabras cariñosas, su compromiso, su dedicación, su proximidad, su estímulo, su motivación, su resiliencia, su sencillez, su enorme corazón, su ejemplo… todo eso, y mucho más, permanecerá en mi (nuestra) memoria y en mi (nuestra) alma. Para siempre. Gracias Julito, te queremos.

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