Con ánimo de discrepar /
VÍCTOR CASCO
Las vírgenes se mostraban muy proclives a concebir dioses entre el 22 y el 25 de diciembre: Mitra, Attis, Dionisos, Serapis, entre otros, nacieron en tales fechas. Los romanos celebraban el Sol Invictus. Los seguidores del dios Mitra se reunían para celebrar un ágape y beber el vino y comer la carne que da la vida, según su rito.
Que tantos dioses nacieran el 25 de diciembre no es extraño. Durante tres días, 22, 23 y 24, el Sol parece morir, siendo el día más corto del año. Estamos en el solsticio de invierno. Al tercer día, el 25, sube un grado en el firmamento y “renace”. Mitra, Osiris, Dionisos, Asclepio, Orfeo, Issa, Serapis y otros dioses tras su astronómico nacimiento realizaban portentosos milagros, lo que no les libraba de una cruel muerte (Dionisos crucificado, Osiris desmembrado) de la cual, ¡oh milagro!, lograban resucitar y obtener para sus seguidores el privilegio de la vida eterna.
Por supuesto el último en añadirse a la lista fue Jesús y desde entonces el cristianismo viene celebrando la navidad, con adoración de pastores, de reyes magos, belenes, desfiles y por supuesto consumismo, mucho consumismo… Claro que… Claro que, recuerdo, cuando empecé a leer el Nuevo Testamento, que me llevé una soberana decepción al comprobar que el belén con los tres reyes, los regalos, los animales, los pastores y los ángeles celestiales no aparecían por ninguna parte. No es de extrañar que mis amigos católicos sean tan refractarios a leerse la Biblia. No es de buen gusto comprobar que tan encantadores hechos como la virginidad perpetua de María, su inmaculada concepción, la Navidad o la institución del Papado no encuentran correlato en el libro “inspirado por el Espíritu Santo”. En fin: ¡felicidades y buena fiesta! tanto si celebráis la navidad, las saturnales, el sol invictus o lo que queráis.