Historias de Plutón
José A. Secas

Creo que me estoy polarizando. Cuando miro con distancia a mis circunstancias, pongo mi atención y dirijo mi pensamiento hacia los dos extremos de la realidad que me interesan: yo, como ente y persona y el Universo inabarcable como un todo. Fluctúo entre lo más próximo a mi mismo (que soy yo) y lo más lejano (que es un planeta -parecido a Plutón- de una estrella de una galaxia que los astrónomos conocen de oídas y que no tiene ni nombre). Me pongo un poco radical y digo que todo lo que hay en el medio, me la pela en mayor o menor medida, según se acerque (o no) a mis puntos de referencia. El caso es que este pensamiento me ayuda a dos cosas: a tomar tierra y centrarme en mi y en mi presente, y a relativizarlo todo, ya que somos una mierdecilla insignificante comparados con la inmensidad de tiempo y espacio que nos envuelve y nos empequeñece.

Esta actitud es muy positiva para la salud mental de este menda, que anda (la salud mental) vapuleada por la vida y desatendida por la inconsciencia (del menda; se entiende). Puedo complicar más el mensaje si quiero pero hoy estoy un poco chiripitiflaútico tirando a supercalifragilistiocoespialidoso y lo vamos a dejar así. Decía que primero voy yo, luego mis parientes directos: mi madre y mis hijos -padre, te añoro- y los siguientes parientes consanguíneos como son los hermanos. Estos tienen prioridad en mi atención de una forma lógica y sin perder el orden en el escalafón. Añadamos a esa lista categorizada a los compadres; estos son amigos especiales ascendidos al rango de familiar. Son unos familiares elegidos (cosa que no se puede hacer con el resto de la familia). Seguidamente, mi atención se centra en los amigos. Muy importantes. Salvando a sobrinos, tíos y primos -cuñados aparte- que pueden fluctuar y subir o bajar en mi apreciación, de ahí para abajo, hasta llegar al lejano planeta sin nombre de la galaxia remota en la periferia del Universo, todos me van dando cada vez más igual. No como para decir que paso de ellos pero si como para asegurar que no me preocupa mucho su suerte particular. Los meto a todos en el saco de la “humanidad” y los considero parte de lo mismo. Dicho de otro modo: no gasto energía vital -amor- en ellos ni destruyo mis reservas energéticas -miedo- por su grandísima culpa. Merecen un trato aparte tanto ellos como sus antepasados y descendientes; son los humanos…

Conocidos y allegados, paisanos de mis varios orígenes, famosos por su gracia o la gracia divina, políticos de diferentes colores, sabores y formas, figuras y figurines, líderes o referentes deportivos, culturales, sociales o religiosos, seguidores y seguidos en redes sociales, figurantes y extras en las películas de la vida real, virtual e imaginaria; todos, como que ya van perdiendo su interés y van quedando difuminados por su mencionada condición de miembros de la humanidad. Los meto en el mismo cajón que los migrantes, los damnificados, los oriundos, los procedentes, los remotos, los huidos, los agraciados y los desgraciados, el público de tal o cual concierto, final deportiva o los asistentes a una manifestación. Son gente; más o menos con nombre y cara pero gente cuyas acciones o dejaciones poco o nada han de influir en mi momento presente. Y añado: “Alza la malla por mi primero y por todos mis compañeros. ¡Estufa!”.

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