Historias de Plutón
José A. Secas

Desde que los cuentos infantiles estimularan su imaginación y, cada vez que los escuchaba o leía, la fantasía se le desatara, transportándole a territorios ignotos, no paró de inventarse sucesos y vidas ajenas. Se trasladaba a lugares remotos a través de su creatividad innata o solo alcanzables en la turbiedad de sus sueños y terminó escribiendo relatos de ficción donde se erigía como protagonista de aventuras fantásticas en lejanas tierras y en momentos pasados o futuros. Como los actores, el vestuario y el atrezo, hacían que el viaje fuera más intenso y veraz. Era necesario llevar las ropas más auténticas y fieles a la historia o al destino para que el salto en el tiempo y en el espacio fueran plenamente satisfactorios. Se disfrazaba o se vestía con rigurosidad para recrear momentos de la Historia, estampas en países lejanos o escenas imposibles de vivir en su terruño distante de todo el mundo y, así, experimentar otras vidas plenamente. Cuando aquellos recursos no fueron suficientes u oportunos, desplegó su ingenio a través de la escritura y revistió sus relatos con palabras que, fielmente, describían sus ropajes, complementos, utensilios y pertrechos para ubicarlos con precisión en los decorados concretos de sus andanzas e imbuirse de una personalidad propicia y concreta. No pocas veces consiguió llevar sus fantasías a la realidad y, a través del teatro, la recreación histórica, los carnavales o las fiestas tematizadas, satisfizo sus inquietudes. Cuando la realidad no daba de sí, escribía y escribía sus hazañas y peripecias ficticias y reales hasta convertirlas en cuentos similares a los que tanta felicidad y emoción trajeron a su vida durante su niñez.

Aquel día, buscó en los rincones de su memoria algún recuerdo inspirador sin alcanzarlo, así que tuvo que recurrir a la inventiva pura y dura para plantear un cuento medianamente aceptable para obsequiar a sus eventuales lectores. En su extenso álbum de fotos, aparecía vestido o disfrazado de gran cantidad de personajes que, por sí mismos, hubieran propiciado una historia interesante. Tirar del hilo no suponía un esfuerzo para él y, con solo contemplar el atuendo, le resultaba fácil colocar al protagonista en un espacio y un lugar para arrancar un relato. Como para cualquier narración, necesitaba un objetivo tras el cual el personaje anduviera, a partir del planteamiento de un conflicto o inspirado por algún objeto estimulante. A la vista de sus últimas fotografías decidió construir una historia sobre unos elementos evidentes y reveladores que aportaba una foto: un señor maduro con mascarilla se mostraba a la cámara con una mirada desolada en una habitación neutra de una casa normal y corriente. En su mano tenía un libro que, seguramente, había acabado de leer. El título de la obra no se podía apreciar pero, sin duda, era una edición muy digna, a la vista del tamaño y de la aparente solidez de la cubierta. La mirada triste era el reflejo de la vida que le había tocado vivir y de la edad con la que le había sorprendido la pandemia de los primeros años de la década de los veinte del s. XXI.

Sin saber porqué, el relato termino en el futuro. La deriva de los acontecimientos, las sorprendentes circunstancias, la errática consciencia y la nula intención conseguía cerrar el círculo desde una perspectiva muy lejana. La fotografía que observaba un investigador de contenidos en el año 2106 en su cápsula de una nave nómada de tipo “VLactea-4”, aportaba un elemento significativo que no conseguía relacionar con otros datos biográficos, con la base de datos, con la inteligencia propia ni con la inteligencia artificial. Se tuvo que fiar de su instinto y de su intuición para calificar al protagonista de la fotografía como un “adelantado a su tiempo” a costa de su pasado mil veces disfrazado, vestido y desvestido. Definitivamente, aquel traje de montehermoseña  le sentaba muy mal al señor que leía con mascarilla. La pandemia hacía estragos psicológicos. No cabía la menor duda.

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