Desde mi ventana
Carmen Heras
A menudo nos rasgamos las vestiduras viendo a algunos políticos estropear, con palabras exageradas y exabruptos, el sano debate público. Nada queda (nos decimos) de la vieja cortesía parlamentaria, aunque puede ser que ésta tampoco nunca haya existido y apelar a ella corresponda solo al cliché de que en los tiempos pasados hubo mayor educación.
Por lo que nos cuentan los periodistas, nada es lo que parece. Todo tiene un truco. Contaminado por las fechas electorales en las que vivimos. Defender un estado palestino, pelearse con Milei, argumentar con Koldo, negarse a aprobar iniciativas parlamentarias como la Ley del Suelo, etc. Incluso el “despiste” de anunciar una posible unión con el partido de la italiana Meloni puede no serlo, dado que las encuestas anuncian mayorías en un futuro parlamento europeo cuyo eje central (pronostican) lo ocupará la derecha. Exagerar el discurso para “robar” votos a las fuerzas ideológicas colindantes no es algo nuevo, aunque ahora surja ante nosotros con estridencia.
Son muchas las listas de candidatos presentadas a las próximas elecciones europeas. La mayoría no sacarán escaño. Solo dividirán el voto. Sobre ellas, incluso el CIS elabora sus propias predicciones. La democracia es un don realmente valorado por muy pocos en tiempos donde existen defensores a ultranza del papel de Oscar Puente, Ministro de Transportes, que en vez de dedicarse a tiempo completo a los asuntos propios de su departamento envía “mandoblazos”, un día si y otro también, a quienes considera que ha de rebajarles el argumento.
La seguridad de que casi todos los conflictos dentro y fuera de España están exacerbados artificialmente, como forma y manera de ganar adeptos entre los fácilmente influenciables de cara a una u otras elecciones, vuelve al pueblo español totalmente escéptico con los propósitos de sus representantes. Hoy en día, cualquier partido tiene sus propias prospecciones de voto y eso les hace preconocer cuál es el marco propicio en el que deben desenvolverse para conseguir beneficios electorales, de donde han de extraer los votos necesarios para subir en los resultados, y cuáles son las organizaciones adecuadas para entenderse y ahormar mayorías. De ahí las palabras del dirigente popular aceptando que hay ultraderechas homologables por creer en el proyecto europeo y las del líder del gobierno cuando argumenta que solo su partido puede frenar a los contrarios más radicales. Cada uno coge la bandera de aquellos cuyos votos aspira a conseguir, bien sea por la izquierda o por la derecha. Y aquí paz y después gloria.
Es difícil no creer en las políticas europeas estando en Europa. También porque la experiencia de los organismos europeos durante y después de la crisis del año 2008, con sus restricciones y recortes, ha servido para tener otro modo de actuar durante y después de la pandemia, propiciando en 2020 unos fondos que han ayudado a los países comunitarios. No lo estropeemos. Aunque no debiéramos olvidar que dichos fondos se crean con una emisión de deuda conjunta que algún día, más pronto que tarde, habrá que devolver con sus intereses.