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Cánovers /
Conrado Gómez

Como enfrentarse al abismo vertical de una columna encalada, con el mismo respeto que da cruzarse una y mil veces con un pensamiento que —por cotidiano— nos resulta conocido y en el fondo sabes que es huraño y retorcido. Hablar de lo mismo no es decir lo mismo. Pónganse en mi piel. Me despacho aquí con la absoluta libertad que proporciona escribir para una minoría. Uno se sabe libre y es una sensación terapéutica, muy recomendable. El otro día me paró una vecina en el rellano del ascensor al escuchar mi nombre en boca de un amigo: “tú no serás el de Canover, ¿no?” Me emocioné, lo reconozco, y proseguí el día sabiendo que estas líneas tienen sus adeptos.

Así que esta semana, la de los Premios, no me queda más remedio que hablar de mi libro. Cumplimos diez años, hecho que en sí mismo no tiene mucho mérito. Uno permanece quieto sin hacer mucho ruido y el tiempo va pasando inexorablemente. Cumplir años no tiene mérito porque van cayendo solos. La heroicidad es que el tiempo no doblegue el ímpetu inicial, sino que lo consolide como se ennoblecen los buenos vinos con cada otoño. Y eso pretendemos hacer en Avuelapluma. Seguir cumpliendo aniversarios sin que se nos olvide por qué empezamos todo esto. Uno no se puede dejar la dignidad en el camino si no quiere correr el riesgo de ser otra persona distinta al final del camino. Y eso es muy complicado, queridos lectores. Los medios viven un período muy negro. A la crisis financiera se unió la crisis publicitaria que sigue azotándonos con extrema virulencia. Y a esto la crisis de identidad y de convivencia con el modelo digital, que ya saben, mientras el primero no termina de morir, el segundo no acaba de nacer. Y en esas andamos, con unos medios de comunicación que tratan de aguantar el tipo mientras cada vez menos gente los consume y menos empresas invierten en publicidad. Con esa tesitura, esta encrucijada de caminos, díganme cómo se puede defender la libertad de expresión cuando la misma persona investigada es el que financia la cabecera. Por no citar el servilismo de las subvenciones públicas que adocenan y someten a los medios.

Por estas razones cumplir un decenio es algo inusual. Una cabecera gratuita que sigue resistiendo los envites de las olas. Lo importante, sin embargo, no es el tiempo acumulado, sino el estado de forma en el que hemos alcanzado esta fecha. Y más psicológico que físico. Si cerrásemos mañana nos iríamos a casa con la sensación de haber hecho lo que teníamos que hacer. Quiero recordar que nos mantuvimos incólumes ante los cantos de sirena. Pudimos vendernos, pero hemos preferido no traicionar lo más sagrado que tenemos: el mismo concepto de nosotros mismos.

El futuro es incierto, queridos amigos. No sabemos cuánto tardaremos en llegar a Ítaca y lo que nos encontraremos por el camino. No sabemos si la barca resistirá una nueva tormenta, si la tripulación cederá a los placeres de otros parajes, ni siquiera sabemos si estas palabras que hoy utilizamos para celebrar el decenio nos servirán para conmemorar otro décimo aniversario. Porque esto, queridos lectores, es periodismo, y es la ciencia menos exacta que uno puede encontrarse. Esta columna debe salir el lunes, pero puestos a elucubrar… quién sabe si el lunes estará en sus expositores más cercanos. Felices Premios Avuelapluma.

 

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