El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

Cuando le miré a los ojos me invadió una gran ternura. El viejo estaba en su silla de ruedas, con una manta de cuadros cubriendo sus piernas. Le temblaban un poco la cabeza y las manos. Tenía la cara arrugada, los ojos azules, muy abiertos y fijos en mí. Del labio inferior le caían hilillos de babas transparentes que se perdían en el tejido de la bata. El escaso pelo blanco le hacía parecer un animal mojado e indefenso.

Me senté frente a él y traté de hablarle. Sabía que no me entendía, ya no comprendía nada. Era como un bebé, con una clara diferencia. El niño pequeño carecía de pasado y de historia y aquel viejo decrépito había sido un monstruo durante muchos años.

Ni siquiera se movió cuando coloqué el cañón de mi pistola entre sus ojos. Me hubiera gustado verle suplicar, pero eso no era posible. Me aparté un poco, no quería salpicarme. Disparé y su cabeza se quebró como un melón maduro.

Marché de allí con la conciencia tranquila y el deber cumplido. Llamé a mi cliente para darle la feliz noticia. Esa noche brindaríamos por la memoria de las víctimas y yo sería rico.

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