optimismo_y_escritura

Desde mi ventana /
CARMEN HERAS

Tropiezo con una cita de Baudelaire en esta tarde de julio, llena de calor, acabando el curso académico, según Bolonia. La cita a la que me refiero habla del tiempo y de las malas escrituras, porque según su autor estas últimas han pasado. El poeta, excelso a juicio de los entendidos, debió de referirse sin duda al producto propio del oficio de los llamados escritores, pero a mi me ha venido a la memoria la conversación mantenida con un colega, hoy mismo, en el fragor del trabajo diario y con el pretexto de los distintos métodos de estudio que el saber tiene. ¿Porque puede alguien ajeno enjuiciar el trabajo de otro, teniendo en cuenta que las ciencias son distintas y su formas de análisis y estudio, también? No es baladí el asunto, como no lo son otras muchas conductas y estereotipos que rigen nuestras vidas. El mundo es de los pragmáticos que cortan por el medio la discusión en cualquier tema buscando defender su espalda de las inclemencias del tiempo y los odios africanos.

Pero si Baudelaire viviera se asombraría de la calidad de las diferentes escrituras existentes y no me refiero a textos fijos y elaborados, óptimos para la Real Academia de la Lengua. Hablo en general. Escrituras hay muchas, sorprendentes por clasificadoras. Porque con esto de las redes tienen los textos periodísticos, rivales por todas partes, unos más elaborados que otros, llenos de datos o cualitativos, sinceros o falsos…al por mayor.

Hay escrituras hechas sobre el rito o la trayectoria, individuales o colectivas, frescas o auténticas, decisorias, que envuelven las intenciones o las muestran. Estandartes del subconsciente. Y aunque cada uno de nosotros pretendemos enseñar sólo lo mejor de nosotros mismos, lo cierto es que la verdad se cuela entre las costuras del ropaje y acabamos mostrando lo que somos en esencia. Recalcando lo que nos falta a fuer de proclamar lo contrario.

No le auguro futuro a las escrituras falsas que marcan un quehacer determinado endulzado con frases grandilocuentes

La Iglesia, que lleva muchos, muchos años en pie, sabe de la importancia de los símbolos, de la debida magnificencia de los actos. Es grande lo que se antoja grande, porque el ser humano necesita creer, necesita historias para comprender, alejadas de su propia existencia, normal y aburrida la mayoría de las veces, y las necesita bien contadas para reverenciarlas. Nada más hay que ver la organización de una boda en familias humildes, en el lugar más recóndito de nuestra geografía, con chaqué y trajes de princesa para todos, para darse cuenta de lo qué digo.

No le auguro futuro a las escrituras planas que no hacen soñar. Mi pequeña o gran experiencia me mostró hace tiempo que la gente respeta al poderoso, aunque sea un c… más que a la buena persona, tan parecido al común de los mortales. No le auguro futuro a las escrituras falsas que marcan un quehacer determinado endulzado con frases grandilocuentes, ajenas a la verdad. A fin de cuentas, los hechos, las realizaciones, son mucho más contundentes que los escritos, así que aquellos se encargan de desenmascarar, salvo para los crédulos próximos, la verdad de las afirmaciones.

«Yo les sigo el juego y ni los contradigo…» -me dijo una maestra- (mientras nos lavaban la cabeza en dos lavabos contiguos, en la peluquería). «…que dicen que los docentes no trabajamos, pues vale, no trabajamos, suerte que tenemos…» -remató riéndose por lo bajini- Pues eso. Dejemos que se crean eso de que escriben bien.

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