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Pantalla /
Eduardo Villanueva

“El doblaje es un cáncer tremendo”, clamaba el director Cesc Gay (‘Truman’) en el encuentro que los premiados con el San Pancracio mantuvieron con la prensa y los interesados en el Museo Helga de Alvear. Y razón no le falta al cineasta catalán, porque podríamos decir que el doblaje es algo así como el último vestigio del franquismo.

El doblaje lo impuso el dictador porque consideraba que en España solo se podía hablar español. Y, claro, gracias a esa brillantez el caudillo abrió las puertas a la industria de Hollywood, que vio cómo no tenía que hacer ningún esfuerzo para estrenar fácilmente sus películas en el mercado nacional. Acabábamos de regalar nuestro idioma a los yanquis, por obra y gracia de un supuesto patriota que lo único que hacía era beneficiar al PIB de otro país: el de EE UU.

Hay que recordar que con la llegada del cine sonoro, Hollywood (que ya era una potencia mundial del audiovisual) se tuvo que plantear el dilema de qué hacía con su producto (hablado en inglés) a la hora de exportarlo al resto del mundo. Por esta razón, en los albores del sonoro, Hollywood rodaba varias versiones de sus películas en diferentes idiomas (para el territorio español, por ejemplo, rodaba con actores mexicanos, que le servían para toda la comunidad hispano hablante).

Esto fue así, hasta que el auge de los totalitarismos en Europa impuso el doblaje, no solo como una medida de ensalzamiento de la lengua patria (que ya ves tú que patochada), sino también como una medida ‘eficaz’ de censura. Aunque los censores de la época, próximos al clero más ignorante, necio y reaccionario, no destacaban por su brillantez, precisamente.

Famoso es, por poner un solo ejemplo, la aberración que cometieron al intentar evitar el adulterio entre Clark Gable y Ava Gardner en la película ‘Mogambo’ de John Ford, convirtiendo al personaje de Gable en hermano de Grace Kelly. Es decir, que para evitar un adulterio lo transformaron en un incesto, y se quedaron tan anchos.

Anécdotas aparte, el doblaje persiste en nuestra sociedad, y cualquiera le dice (educa) ahora a millones de espectadores que acudan al cine a leer subtítulos. Luego resulta que somos un país atrasado en la cuestión lingüística. Por algo será.

Además, el doblaje es una usurpación de la voz de un actor o actriz, que no deja de ser –como poco—el 50% de su interpretación. Es como si uno acude al teatro a ver (y escuchar a José Sacristán) y cuando éste sale a escena comienza a hablar con la voz de Ramón Langa (tremendo actor, muy conocido por doblar la voz de –entre otros—Bruce Willis).

No vamos a entrar aquí en la pequeña mafia que la industria del doblaje ha generado en el territorio español, pero resulta vergonzoso que regalemos el idioma a una industria extranjera, que apenas importa un 2% del producto audiovisual. Una vergüenza que solo la fallecida Pilar Miró tuvo las agallas de intentar frenar, pero el Gobierno no hizo nada por ayudarla.

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