Con ánimo de discrepar
Víctor Casco

Hoy lo llamamos “Día de la Hispanidad” pero durante la larga noche del franquismo era el “Día de la Raza”. Toda dictadura tiende a la vanagloria y todo dictador a la exaltación de su persona, especialmente si el físico o la inteligencia no le acompaña; y Franco, un general rechoncho, bajo, feo, de escasas luces, voz aflautada y un tanto ridícula, con un solo testículo y serios problemas para concebir hijos (lo que en su mundo patriarcal y machista resultaba especialmente afrentoso) necesitaba cubrir con pomposidades sus más que probables complejos.

El Día de la Raza se celebraba con el preceptivo desfile militar y misa solemne. El Dictador entrando bajo palio para comulgar la Hostia. ¡Lástima que nunca se atragantara con ella! (usted me perdone, amable lector, este deseo confesado, que aquí ha de quedar entre usted y yo). En aquella España de los espadones y las botas militares ¿qué otra cosa, salvo soldados y legionarios cantando el viva la muerte, podían procesionar? Los maestros de la república, aquella generación gloriosa, habían sido fusilados. Poetas, literatos, médicos, científicos y filósofos habían optado por el exilio. Lorca pasado por las armas, Antonio Machado muerto en el camino hacia París, Cernuda, Alberti, Ramón y Cajal habían buscado en otras latitudes poder vivir en libertad, don Miguel de Unamuno había muerto de pena en su Salamanca tras enfrentarse al general tuerto, el infame Millán Astray. Por poco no matan al docto catedrático de griego aquellos novios de la parca tras defender éste su Universidad como Templo del Saber. Los fascistas españoles no convencieron pero, ¡ah! vencieron.

Esperemos que algún día podamos celebrar un desfile de la otra España: la que ama la poesía, el arte y la ciencia

Y aquel Día de la Raza pasó a denominarse con el tiempo “de la Hispanidad”. Ya llevamos más de 40 años de régimen parlamentario, hemos cambiado a un rey golfo por otro que aún no ha demostrado nada interesante (lo de “hemos cambiado” es una licencia literaria, porque al Jefe del Estado solo lo elige un espermatozoide especialmente afortunado, ni su voto ni el mío cuenta) pero el 12 de octubre aún se celebra con tontas vanaglorias, misas y procesiones de legionarios hipermusculados marcando paquete. Algunos. Otros no deparan ninguna alegría al ojo…

Esperemos que algún día podamos celebrar un desfile de la otra España: la que ama la poesía, el arte y la ciencia. La que ha aportado obras al Patrimonio de la Humanidad. La que aspira al conocimiento y el saber. La España de esos maestros que se dejan la piel para que sus alumnos aprendan, pese a nuestros gobiernos y nuestras leyes educativas; esa España de médicos y enfermeros que hacen de la Sanidad un Derecho Universal; esa España de hombres y mujeres honrados, de trabajadores y trabajadoras, de jornaleros y ganaderos, de activistas sociales, de mujeres feministas incansables y entusiastas, de personas LGBT que hacen de la igualdad la meta… de luchadores por un mundo mejor. Algún día desfilarán sin necesidad de llevar armas bajo el brazo. Solo su ingenio.  

 

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