La temperatura de las palabras
José María Cumbreño

La quinta definición que el diccionario de la RAE ofrece del verbo “calibrar” asegura que consiste en “ajustar, con la mayor exactitud posible, las indicaciones de un instrumento de medida con respecto a un patrón de referencia”.

Eso es justo lo que trata de lograr el feminismo: ajustar, equilibrar, igualar. Nuestra sociedad occidental se parece mucho a una escopeta desajustada que encañona siempre a las mismas.

La huelga que se celebró la semana pasada hizo visible una triste realidad que tenemos la obligación de denunciar sin descanso hasta que empiecen a cambiar las cosas. Porque me parece indiscutible que en nuestro país, supuestamente democrático, ni de lejos las mujeres poseen el mismo valor ni cuentan con las mismas oportunidades que los hombres.

El pueblo volvió a demostrar, una vez más, que es mucho mejor que sus políticos

A alguien le oí alguna vez que para saber si una causa es justa o no conviene fijarse en quiénes son los que se oponen a ella. En este caso, enseguida las fuerzas conservadoras (ésas que nunca quieren que cambie nada dado que a ellas les va bien a costa de que a los demás les vaya mal) empezaron a poner pegas y reparos. Inés Arrimadas, por ejemplo, trataba por todos los medios de justificarse arguyendo que la huelga feminista era también una denuncia del capitalismo y que ella no estaba de acuerdo con eso. Sin embargo, como explicó muy bien Lidia Falcón, “es el capital el que ha montado este sistema de explotación, de explotación en todos los sentidos, pero en el caso de las mujeres ya es incluso explotación de sus cuerpos”. También Ada Colau describió la situación actual con acierto. La alcaldesa de Barcelona, en un reciente programa televisivo, denunciaba que el sistema económico actual se sostiene gracias a que a la mitad de la población o no se le paga o se le paga muchísimo menos de lo que le correspondería.

Creo que nadie podría negar que efectivamente es así.

El feminismo, se ha repetido infinitas veces (aunque, claro, a unos pocos les conviene fingir que no se enteran), no consiste en defender la superioridad de la mujer con respecto al hombre, sino en conseguir que de verdad los hombres y las mujeres sean iguales, y no sólo desde el punto de vista legal.

La semana pasada miles de personas se manifestaron para pedir que todos seamos iguales. Qué fácil parece y qué difícil lo ponen unos cuantos. Más que nada porque a esos cuantos les interesa que sigamos siendo distintos.

La semana pasada el pueblo volvió a demostrar, una vez más, que es mucho mejor que sus políticos.

Ver las calles llenas de gente reclamando lo que siempre debería haber sido nuestro fue sencillamente fantástico.

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