El iceberg – Microrrelatos
Víctor M. Jiménez

Fiódor Dostoyevski se crio en una familia numerosa. Era el segundo de siete hermanos. Pronto falleció la madre y su padre, médico de profesión, quedó sumido en la depresión y el alcoholismo. Enviaron a Fiódor, con dieciocho años, a la Escuela de Ingenieros Militares de San Petersburgo.

El tiempo de instrucción se combinaba con largos periodos de ocio en los que el joven Fiódor aprendió a jugar a las cartas.

No tardó mucho en abandonar la Escuela para dedicarse al oficio de jugador profesional. Hizo una gran fortuna, pues muchas fueron las ocasiones en las que salió ganador. A veces empleaba trampas, tan ingeniosas y eficaces que jamás nadie sospechó de él. Y así entró en los círculos más selectos del juego, en los que desplumó a los más expertos especialistas de entonces.

Supo retirarse a tiempo y, con el aval de buena hacienda, se dedicó a escribir. Su escasa obra, insípida y banal, no ha pasado a formar parte de las páginas imperecederas de la Literatura Universal.

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