Debe ser buena norma fijarse en lo que hacen los vecinos, aunque algunos moren allá lejos. Por ejemplo, se dice que los portugueses han dominado a la crisis aun partiendo del estado en ruinas; han sacado dinero donde lo había, subiendo los impuestos a los poderosos para que los débiles se recuperen. En nuestro país, sin embargo, se detecta en estos días la falacia y el miedo que arrastran los embustes: en el caso de que sea verdad que van a subir los impuestos a la gente que gana más de diez mil euros al mes, los menesterosos que apenas llegan a ganar esa misma cantidad al año se creen amenazados como si la cosa se extendiese a ellos. Tanto es así, que algunos dirigentes políticos -que tampoco ganan diez mil euros al mes- aventuran que esta futura decisión irá emparejada con una subida del paro. Impuestos y paro son los dos bueyes de la carreta que pasearán durante otoño, invierno y primavera. Es muy probable que tras esta carreta se coloque el tren extremeño.

En nuestra vecina Francia, la buena fama del presidente Macron sigue aplastándose; su ministro del Ambiente ha dimitido sin previo aviso, el hombre andaba cansino de tanta burla economicista azuzada por la estrecha compañía de ministras y ministros y esta dimisión hace augurar que se convertirá en losa. Sin un cambio económico no cabe esperar un cambio ecológico. Las pequeñas transformaciones de corte medioambiental se impondrán con la merma de los dogmas economicistas. Los recursos básicos de la Naturaleza han de salir del ámbito financiero; si no es así, ahondaremos en el cambio climático.

Italia ya no me sirve como ejemplo, va tomando repetidas muestras de la más negra historia

En Noruega, la población que recicla, se ve premiada con una leve compensación económica en función del peso del metal, el plástico o la madera que -conveniente y separadamente- se deposita en máquinas y contenedores inteligentes, con el consiguiente acicate para que la infancia disfrute ahorrando tanto como ayuda a recuperar. Nosotros somos más prácticos: disponemos de torpes vertederos que utilizamos para azuzar a cualquier administrador de la cosa pública.

Italia ya no me sirve como ejemplo, va tomando repetidas muestras de la más negra historia de los temibles años cuarenta. Me atrevo a ser pesimista de las culturas mediterráneas: Cristianismo, Mahometanismo y Sionismo no se llevan bien. Mi duda aumenta con el catalanismo.

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