Reconocí a Eduardo con rapidez. Acababa de apearse del tren que le traía de su Madrid natal y mostraba hechuras de la capital. Tras acercarme, me presenté, le comenté que nuestra amiga común no había podido acudir a su encuentro y me había encargado la tarea de mostrarle Cáceres por primera vez. Él respondió agradecido y ceremonioso; antes de llegar a la que sería su casa durante un tiempo había conseguido de mí dos cosas que aún hoy logra con facilidad: provocar mi risa y despertar mi admiración. Hacía gala de una energía difícil de encontrar, además de chispa, capacidad de trabajo y un don de gentes irrepetible. Inauguró su primer negocio poco tiempo después y ofreció tales muestras de profesionalidad que enseguida ganó el aprecio y el respeto de una buena parte de la ciudad que disfrutaba en su local como si estuviera en su propia casa. La Hacienda fue el primero de una lista de locales que regentó siempre con dinamismo, perseverancia y un escrupuloso respeto por las normas -siguen siendo sus señas de identidad- y tras ella vinieron otros que han hecho la vida de los cacereños mucho más llevadera.

No, no ha violado, asesinado, extorsionado…

Ahora, querido y respetado, definitivamente integrado en la ciudad que le acogió y a la que ha entregado los mejores años de su vida, se enfrenta a una cruel tesitura que alguna vez -aunque sea en forma de pesadilla- ha revuelto las entrañas de todos: la cárcel.

No, no ha violado, asesinado, extorsionado… Tampoco ha robado, traficado con drogas o estafado a nadie… Ni tan siquiera se ha visto involucrado en casos de corrupción, tan habituales en nuestro entorno que forman parte de nuestra cotidianeidad; el delito ha consistido en molestar más de la cuenta a los vecinos con los que compartía inmueble. No se trata de tomar partido; es tan respetable el derecho al descanso como el de la diversión y existen los instrumentos para conciliar ambas situaciones…pero la solución no pasa por la penitenciaría.

Uno de los principios que ennoblecen a una sociedad es el respeto que sus miembros detentan por sus instituciones. Ese acatamiento, que no sumisión aborregada, sirve de argamasa, produce una solidez en el grupo indispensable para arrostrar los problemas venideros con confianza y optimismo. La encargada de administrar justicia la dirigen personas de indudable cualificación que se enfrentan a responsabilidades extraordinarias porque manejan presente y futuro de los que, a veces sin apenas sospecharlo, han de asumir sus decisiones. Errare humanum est, advierte el refrán latino. Cumplir con lo que marcan los códigos no es en muchas ocasiones los más justo ni tan siquiera lo más apropiado si ello pervierte la convivencia futura o deja un regusto ácido en quienes se ven obligados a participar en estas vicisitudes. La grandeza del ser humano reside en que puede trascender a los comportamientos mecánicos y aportar perspectivas que sólo quienes gozan de raciocinio y alma al mismo tiempo pueden desarrollar.

Si Eduardo, Sergio, David, los demás hosteleros y los políticos implicados entran en prisión, los cacereños habremos de señalar ese día como aciago por no haber sido capaces de solucionar un problema que debería resolverse con medios menos dañinos. Descanso y ocio podrían ser entonces como dos ciudadanos que se sientan uno frente al otro para solventar sus problemas…pero sin barrotes de por medio.

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