Canover /
CONRADO GÓMEZ
No me extraña que el ciudadano sienta desapego hacia sus queridos políticos, esas inestimables personas que se entregan con suma pasión al noble arte de los demás. Esos luchadores que contra viento y marea anteponen los intereses de la comunidad por a los suyos propios. Esos soñadores quijotescos que arremeten contra los males endémicos de la sociedad como si fueran molinos de viento. Un momento, por un momento… me he dejado llevar. Disculpen el arranque emotivo.
Se quejan ellos de la desafección que existe entre políticos y ciudadanos. Hay que reconocer que nunca ha sido una relación cómoda. El que gobierna y el gobernado tienden a no compartir puntos de vista. Siempre ha sido así, pero estos últimos años la distancia con los representantes públicos es insalvable. Los continuos casos de corrupción han dinamitado la esperanza de recuperar la dignidad. Sobres habituales en bolsillos complacidos y tejemanejes con fondos públicos. El ciudadano ha perdido la fe. Para muestra, el escaso interés que despertó la semana pasada el debate entre los dos candidatos del PSOE y el PP para las elecciones europeas del próximo 25 de mayo. Menos del 10% de cuota de pantalla para ser la cuarta opción de la parrilla. Esto demuestra que la gente no tiene ni uno ni dos, sino muchísimos otros asuntos de los que ocuparse antes de quedarse con Cañete y Valenciano depilando minutos segundo a segundo.
Lo mínimo que podría hacer un asesor de campaña en estos excelsos niveles es que la persona que aparece en los carteles se pareciera al que representa. Miguel Arias Cañete, candidato del PP, ocupa los carteles del PP como si fuera un Papá Noel venido del más allá para repartir justicia entre sociatas resentidos por haber perdido el poder. Con una expresión indulgente se oculta entre un filtro azul que maquilla su rostro. Pero Elena Valenciano, la candidata del PSOE, no sale mucho mejor parada. Su imagen tiene tanto retoque que más bien parece su hija. Así es muy difícil que el pueblo acabe apreciándolos cuando ni siquiera los reconocen. Señores asesores de campaña, el candidato no debe divinizarse, sino humanizarse.
Hay que reconocer que con esto de la política la gente se pone muy tensa. Cada cual toma las propuestas de su partido y las defiende aunque en ello le vaya la vida. Su candidato se convierte en una suerte de líder sectario que convierte chorradas sin fundamento en mensajes divinos. Amén. Por no citar la batalla de los hashtag que se libra en ese terreno inefable de las redes sociales. Las corrientes de opinión se convierten en ríos de pensamiento que destrozan sin piedad cualquier manifestación opuesta al borreguismo bien instruido. Militar en un partido es como militar en el ejército. ¿Qué diferencia hay? Ambos acatan órdenes sin cuestionarse nada. ¿Se le puede pedir a cualquiera de estos militantes que expresen una opinión fuera del aparato? Cuando no tienes capacidad para expresar tu parecer con libertad pierdes esa esencia milenaria del ser humano, esa fantástica capacidad de hacerse preguntas.
Aún resta un año para las elecciones autonómicas y locales, auténtica arena romana donde despedazarse. De momento, estamos viviendo unas elecciones descafeinadas donde siendo realistas ni siquiera ellos mismos le ponen interés. Estoy seguro de que si su remuneración estuviera supeditada al resultado obtenido en las urnas ponían toda la carne en el asador.