Desde mi ventana
Carmen Heras

Resulta habitual que en épocas preelectorales los políticos más astutos “tomen posiciones”. Así, unos buscarán primeros puestos en las listas para salir, aunque las cuentas vengan mal dadas; otros saldrán “huyendo” del lugar político que ocupan ahora, ante el “peligro” de no poder mantener su status por “perderse” la institución a la que están representando; y otros idearán “complots sin cuento” para que los “jefes” (que no desean ruidos innecesarios) les busquen acomodo, una vez pasadas las elecciones, en algún sitio de “los que queden”. Les suele ir bien en lo personal, pero el mensaje político que envían es terrible: el interés es personal y especulativo.

Ahora que todos los medios comentan, larga y detenidamente, los problemas que algunos grupos políticos tienen para pactar, me viene a la memoria el comentario dolorido de una colega, ya retirada de la vida pública en la que estuvo muchos años, cuando dice que ya no le queda nada del idealismo con el que, antaño, participó en cada una de las actividades de aquella. Lo cuál es nefasto, claro.

También yo, en ocasiones, me pregunto si el trabajo de la clase política hoy tiene una verdadera razón de ser en la búsqueda de un nuevo progreso social. O si, como en la educación, dicho progreso (o el retroceso del mismo) ya no creemos que pueda comandarlo ningún grupo específico si la verdadera influencia llega mayormente a través de las informaciones de las redes, en una peculiar mezcla de asertos, habiendo dejado la labor política de ser decisoria como factor regenerador de algo o de alguien. Y si cito el ejemplo educativo es porque la mayoría de las veces, en nuestro enjuiciamiento común, solemos reclamar de la escuela un papel crucial en la resolución de todos los problemas olvidando que nuestros hijos están de 9 a 14 h en el ámbito escolar y el resto de su tiempo (muy superior a aquel) conviven y por tanto son influenciados por los mensajes que familia, entorno y redes sociales hacen recaer sobre ellos.

Algo parecido pudiera estar sucediendo con la actividad política. Que tal como hoy se desarrolla y se muestra, ha dejado de ser algo ejemplarizante para la vida de los seres humanos. Y constituir solamente una forma de ganarse la vida. Antes, cuando se conocían menos las interioridades de los partidos políticos, muchas cuestiones pasaban desapercibidas para el ciudadano común, pero hoy sale a la luz, con mayor o menor fortuna, todo cuanto tiene que ver con el género humano en sus cualidades, pero también en sus miserias. La impunidad con la que se mueven las redes hace el resto. También el consabido empoderamiento con el que cualquiera hace gala de su, no siempre fundada, opinión.

Siempre tuvo claroscuros la actividad de los políticos. Pero no eran tan evidentes. O tan notorios. Y si salían a la luz, los propios se avergonzaban. Pero hoy no ocurre eso, llegado el caso se buscarán justificaciones y “escribidores amigos” que las difundan y el día a día seguirá imperturbable porque el relato importa más que los hechos en si mismos. Todo se agudiza cuando han de conformarse unas listas. En ocasiones, de estar o no estar en las mismas depende un salario futuro para gente que tiene una familia, no dispone de otro oficio o es más duro. Así que la pelea siempre es fuerte y repleta de encanallamiento.

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