Historias de Plutón
José A. Secas

Los que buscamos el equilibrio, la ecuanimidad y la justicia solemos ser en el fondo un pelín  desequilibrados. Con el paso de los años los impulsos más básicos y los rasgos más primitivos de la personalidad se van templando -desgastando si quieres- y llega esa “sabiduría” que acompaña a la madurez que no es otra cosa que el peso de la experiencia. Es más fácil reconocer a un senior experimentado que a un jovenzuelo que presume de serlo. En tempranas edades la falta de perspectiva tan solo es paliada por el plus de entusiasmo, ambición, vitalidad y otras cualidades asociadas a la juventud. Qué duda cabe que estos valores, por otro lado tan apreciados en nuestra sociedad, son, cada cual, propios de esa etapa vital, pero las horas de vuelo, el culo pelao, las piedras tropezadas y las sucesivas caídas y levantadas solo se acumulan a lo largo del tiempo. Los veteranos solo echamos de menos la fuerza física de los jóvenes, solamente eso; las demás cualidades asociadas por tradición a la etapa de juventud pueden mantenerse a lo largo de toda la vida y, sí, evolucionan, se aclimatan, se pulen y se moldean o adaptan solo a base de la bendita experiencia.

Los que hemos sido en la juventud de carácter impulsivo y no hemos respirado tres veces antes de salir por peteneras, con el paso de los años podemos seguir sintiendo el detonador en el culo y la bala a punto de salir por el cañón, pero ya hemos aprendido (a base de ostias, las más veces) a mordernos la lengua y enarbolar la prudencia y la paciencia como dones de los que carecíamos y que con el paso del tiempo han ido anidando en nuestras almas.

Todo este preámbulo acompaña al sentimiento que me impulsa a meditar, reflexionar y expresarme en estos términos y en estos tiempos. Mi ansiedad e impaciencia intrínseca, cada día que pasa, la manejo un poco mejor. Sigo sufriendo el estrés que me provoca la falta de definición, la provisionalidad, el silencio prolongado, la imposibilidad de planificar, el cortoplacismo, pero me recuerdo a mi mismo con cada vez más asiduidad que la vida acontece en estos momentos y va a su ritmo, que yo no puedo imponer mis tiempos y mis plazos porque los demás seres del universo van a su aire, menos yo que voy al mío, porque las circunstancias nos igualan y a la vez nos distinguen y singularizan porque nadie es igual a nadie y cada cual tiene su punto de vista.

La vida fluye, las cosas pasan cuando tienen que pasar, de nada vale que metamos prisa o forcemos los acontecimientos y, pase lo que pase, será lo que tenga que ocurrir y, con un poco de buena voluntad y lectura positiva, será lo mejor que puede pasar. En todo caso, al final solo cabe la aceptación, el respeto, la adaptación y la necesaria lectura de los hechos para aprender y seguir avanzando en la existencia, eso sí, un poco más sabio, con una muesca más en la culata del revolver, con unas millas más a los mandos de la nave, con alguna cicatriz más o, al menos, con un poco más de polvo en los zapatos. Más camino, más experiencia, más sabiduría, más vida en definitiva.

Y de pronto cae del cielo surgiendo de su propia esencia, no el humano infalible y conocedor de los pliegues del alma, sino el individuo contradictorio, primitivo, frágil, errático y a merced de todos y de todo lo que se menea: yo. Un tapón de corcho en medio de una galerna  oceánica imposibilitado de ser dueño de su destino y, por más que me empeñe -sentimiento inútil donde los haya-, sufridor de olas y vientos; esos que fluyen en plan benditoseadioss o en plan agarratequevienencurvas, que te llevan y te traen, te plantan delante de tu espejo, te aplastan con rotundidades evidentes o sobrevenidas, con el caos o con las manipulaciones exógenas, entre otras realidades. También le das entrada a tu yo más profundo, renace el niño inseguro, caprichoso o desvalido que habita en ti y regresas a un lugar provisional donde reparten números para el sorteo final y ves que ya has comprado más de la mitad del taco. Vamos, que te enfrentas a la muerte, que ya toca.

¿Y qué?, pues nada, que esto es la vida, que me aguanto, te aguantas o que se aguante, que me, se, te adaptes y evoluciones o te extingas y te borres (o te borren) del mapa, que la suerte te acompañe, cumplas muchos más y yo que lo vea.

Epílogo: Me encanta empezar un artículo todo serio y profundo y terminar desbaratado, riéndome de mis limitaciones y celebrando el quiero y no puedo como el paradigma de la existencia que ha de ser  aceptado. Dicho esto y por otro lado, me veo como un viejoven bien cojonudo con una larga vida por detrás y por delante que, como los nativos americanos, cuenta el tiempo en lunas.

Por cierto, este artículo me ha salido del tirón, impulsivamente, y no lo voy ni a corregir (bueno, un poquino, sí). Lo dicho: ¡Viva la impulsividad (bien entendida, claro está) y viva yo!

Artículo anteriorLoida Zabala: “Antes éramos prácticamente invisibles y ahora todo ha cambiado”
Artículo siguienteBoney M. Xperience, Soraya y Los Punsetes completan el cartel de Horteralia Madrid

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí