confesionario

Historias de Plutón /
JOSÉ A. SECAS

Siempre me ha llamado la atención la cíclica repetición de tópicos que se acumulan alrededor de las fechas del calendario. Año tras año oímos, leemos, vemos y repetimos las mismas tonterías (o no) que el año pasado y el anterior, con el agravante de que ahora, cuando algún iluminado hace un enfoque distinto de un asunto manido o se saca de la manga un efecto original con el que aderezar una cantinela machacona, resulta que se propaga por la Internet y por las redes sociales hasta llegar a cansar por concentración y deslumbre colectivo. Por eso, las típicas recetas, consejos y chascarrillos que se repiten al final o al principio del año (o de curso o de estación o de periodo impositivo o de campeonato deportivo o de…) me resultan tan cansinas. Te das cuenta de que la vida en general es monótona y que el mínimo común múltiplo de la existencia de todos los mortales es aburrido hasta más no poder. Parece que todos nos enfrentamos a los mismos dilemas o reflexionamos a propósito de algo cuando toca hacerlo; todos a la vez. Nos preocupan las mismas cosas que preocupan a los demás y en esta masa vulnerable, simpática y uniforme perdemos nuestros signos de identidad haciendo el borrego casi sin querer.

Claro que es difícil sustraerse al sol que calienta (o no) mucho poco o nada a todos a la vez o, por ejemplo, a la alarma producida por un atentado o por la noticia de un escándalo de corrupción más (o no) pero me aturden las olas de indignación contagiosas o las muestras de solidaridad en comandita o en mogollón. Parece que sentirse parte de la corriente en muy cómodo y muy humano. Yo, por aquello de llevar la contraria (aún sabiendo que me contradigo) me alejo de los mensajes en cadena o de las firmas colectivas, de las conversaciones triviales, de los pésames unánimes y de los coros que entonan una canción popular (la que sea) a la misma hora y en el mismo lugar. Quizás no sea más que postureo y ganas de dar la nota pero me revelo de este modo tan particular para reafirmar mi identidad y, me reitero, muchas veces caigo en la normalidad y, al relacionarme con semejantes, repito consignas y muestro mi coco comido como cualquier hijo de vecino.

Me consuelo con saber que soy tonto y, de paso, me hago una cura de humildad porque este mal le pasa a muchos pero -contradicción- el hecho de destacarlo para dejar al descubierto esta originalidad no deja de ser un acto puro de vanidad. Ya saben, me hago el listo y quedo como un cretino repelente. Mejor me hago el tonto… Eso también me pone. Eso de reírme de mi mismo o de mostrar mi corazón para que los enemigos apunten bien con sus balas me hace más llevadero el dolor del posterior balazo. También se llama hacerse la víctima y provocar la compasión o, en su versión dramática y positiva, la admiración. Vamos, una pena. Cuando me pongo a largar sin tino y me escribo la columna sin pestañear me siento dichoso y pienso que es porque los propósitos de año nuevo han calado en mi. Nos vemos en la mani.

 

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