Tiempos posmodernos /
Victor Gabriel Peguero
Hoy me estreno como columnista en Avuelapluma. En general, una primera vez se caracteriza -entre otras cosas- por la relación entre expectativa y realidad, donde la expectativa tiende a infinito, y la realidad a cero, hasta que se alcanza un punto de equilibro aceptable.
Digo esto porque quería empezar hablando de algún tema de los que nos preocupan actualmente, como el ascenso del populismo, el futuro de la UE, los retos a los que se enfrenta la educación pública, Gran Hermano VIP… Pero no voy a escribir -de momento- sobre nada de eso. Y os explico por qué: mientras pensaba cómo plantear esta primera columna de opinión, me encontraba echando un vistazo a Facebook, donde aparecían noticias tipo “Este hombre quiso dar una sorpresa a su hijo, no creerás lo que pasa a continuación”, “12 cosas que solo sabrás si eres de los 80” o, por ejemplo, esta otra que acabo de ver en el diario ABC y que ha acabado por desencadenar todo lo que ahora estoy escribiendo: “Un perro pide auxilio por el interfono al quedarse atrapado en el metro de Barcelona”. Tomaos, por favor, unos minutos para pensar en este titular.
Cuando lees algo así, está científicamente comprobado que solo caben dos reacciones. O bien se hace “click” en la noticia al grito de “¡¡lo que voy a ver me sorprenderá!!”, o bien surge la pregunta de “¿qué-estoy-haciendo-con-mi-vida?”.
A mí me ha surgido esto segundo, y me ha hecho pensar.
“Clickbait” se puede traducir al castellano como “anzuelo de clicks”. Todos caemos continuamente en este tipo de cebos, abriendo páginas en las que pasamos poco más de un minuto o viendo vídeos que olvidaremos después de un rato.
Este mecanismo encierra una realidad preocupante, y es que nos tratan como a esos peces de reducida capacidad de memoria. Nos lanzan el cebo, nadamos ojipláticos hacia él y, con la misma velocidad, nos alejamos cuando hemos satisfecho nuestra curiosidad por los aspectos más irrelevantes de la vida. Y a otra cosa.
Nos estamos acostumbrando a consumir mensajes vacíos e inmediatos que no requieren para su “comprensión” más que un ojo entreabierto, un estado de mínima consciencia y un pañuelo por si se nos cae salivilla por la boca. Estamos perdiendo capacidad de atención, retención, reflexión y análisis en un momento en el que el mundo es cada vez más complejo, dinámico e imprevisible.
Por supuesto es libre renunciar a todo esfuerzo intelectual, convertirnos en devoradores de comida para peces y esperar que otros nos solucionen la papeleta. Pero cuidado, porque no habrá estado de bienestar que nos salve de la tontuna. Y de ahí no se sale.