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Lunes de papel /
Emilia Guijarro

Hace unos días, hemos conocido el contenido de una hermosa carta de un niño a sus padres.

Una carta emotiva, bien escrita, muy bien escrita para haberla hecho un niño de once años, y para lo que es común hoy en día en niños de esa edad. Deduzco por ello que era un buen alumno, trabajador en clase, quizás un empollón, pero eso es lo que menos importa.

En la carta destaca una frase sobre el resto: «No veo otro modo de evitar ir al colegio», porque esa carta, era una carta de despedida de un niño a sus padres y el autor quiere dejar bien claro que la causa de su muerte no son ellos, a los que quiere, sino ”el colegio».

Pero en el colegio donde el niño estudiaba son como los monos que se tapan la boca, los ojos, las orejas, no oyen, no hablan , no ven. Y en ese anonimato se produce la tortura psicológica de muchos niños, que acuden cada día a clases con el convencimiento de que el día será un suplicio.

El caso del que estamos hablando es un caso extremo. Como extremo fue el caso de Jokin, en el País Vasco, hace unos años, que también acabó con un suicidio y el dolor y la indignación generalizada, pero el acoso escolar se da con más frecuencia de lo que los adultos pensamos.

Hay niños y niñas, hay adolescentes a los que se los acosa continuamente, con todos los medios al alcance de las pequeñas mentes perversas; con redes sociales, con insultos, con indiferencia y aislamiento, con agresiones.

No es un tema menor, estemos atentos a los menores de nuestro entorno, abramos los ojos. No son » cosas de niños «, es padecer un castigo que no termina nunca…

Y, especialmente, a la comunidad educativa hay que pedirle, que observe, que esté vigilante, que no se vuelva a decir , ante un caso de acoso, que no vimos, que no oímos, que no supimos…

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